En 1922, el día 8 de agosto cayó
en martes. Hoy es lunes y se cumplen cien años del nacimiento en Barcelona de
José María Fonollosa. Quizá sea el poeta más insólito de la poesía española del
siglo XX, no solo por lo solitario de su escritura, sino por la extrañeza que
causa su biografía como escritor. Ausente del país en la década central de la
madurez de un poeta, entre los veintinueve y los cuarenta años, escribió en
Cuba la parte esencial de una obra que, a su regreso no consiguió atraer el
interés de ningún editor ni crítico hasta unos meses antes de su fallecimiento en
octubre de 1991. Entonces, cuando cumplía con el más convencional de los
hábitos poéticos, publicar un libro, arrancó la rareza. Aquel volumen agotó
innumerables ediciones, unas tras otra, y ha sido leído ávidamente por
sucesivas generaciones de jóvenes poetas, al mismo tiempo que una absurda
leyenda de autoría apócrifa se divulgaba sin ningún interés por las certezas.
Por otra parte, el volumen de 1990 era una parte de una obra no solo de mayor
extensión, sino también de dimensiones poéticas más profundas, libro que no vio
la luz íntegro hasta 2016 (y que este año ha sido reeditado en edición de
bolsillo).
Para
celebrar el centenario, una tertulia de jóvenes poetas me ha invitado a charlar
con ellos sobre Fonollosa, y al final de la conversación me pide, según el
gusto de la época, un lema que invite a su poesía. No dudo un instante: «Enfréntate
al otro que no eres tú». Creo que ese es el epicentro de Ciudad del Hombre: el atrevimiento a situar el yo poético en el
lugar más extremo al yo que escribe y, por lo tanto, también al yo que lee.
La de
Fonollosa, esta poética de la alteridad, es una clara opción de vanguardia,
aunque de una estirpe que no siempre se reconoce como tal. Para empezar, parece
paradójico denominar «vanguardista» a un poeta que escribió toda su obra madura
en impecables endecasílabos —aunque ninguno sonara
a endecasílabo—. No pertenece, por lo tanto, a las vanguardias de ruptura formalista
que, con el Futurismo a la cabeza, dinamitaron las convenciones del verso
tradicional. Y escribió además en un lenguaje inteligible, figurativo,
realista, en el polo opuesto de las vanguardias irracionalistas que guiadas por
el Surrealismo parecen agotar el crédito de las opciones innovadoras.
Existe,
sin embargo, una escritura vanguardista cuya ruptura no afectó a las formas ni
a la inteligibilidad de los textos, sino a la raíz del sujeto que escribía.
Quizá el autor más emblemático de esta tercer vía fue Fernando Pessoa
(1888-1935), cuya dimensión de vanguardia no emerge de la escritura futurista
de Álvaro de Campos, sino de la disgregación del autor de su obra en diversas
personalidades poéticas, sus heterónimos, alguno de los cuales escribió en
rigurosa métrica y entre todos afianzaron una escritura diáfana y racional. La
actitud renovadora de Pessoa no está solo en los poemas, sino en la disolución del
yo lírico en diversos yoes. Más o menos en la misma época T. S. Eliot
(1888-1965) ahondó en la despersonalización del sujeto poético, y ambos
abrieron el cauce a una nueva forma radical de escritura en la que el yo se
disgregaba o se desvanecía. A esta Vanguardia, que bien podría denominarse
Existencialista por destruir el significado unitario, universal y trascendente
del ente lírico, pertenece la obra de José María Fonollosa. Este es el ámbito
poético con el que dialoga, la cultura literaria con la que su obra entra en
relación. En su conjunto Ciudad del
hombre representa la dispersión máxima aplicable a la idea de un yo
poético, aquel que encarna el de todos los coetáneos que habitan una metrópolis
moderna, caracterizada ya en sí misma por la dispersión máxima de quehaceres, intereses,
personalidades y aspiraciones entre sus habitantes.
Tal como han
defendido las filosofías materialistas de la época, en la existencia solo hay
cuerpos y lenguajes. Ciudad del hombre es
el ejemplo poético más rotundo de esta idea: cada poema es la encarnación de un
cuerpo atravesado por la inmanencia del lenguaje que le da sentido. Y es al cabo, también fruto de la visión existencialista,
una seriación de aullidos de angustia que ensombrece este lenguaje desde su
raíz. Habla a través de los poemas de Fonollosa una ciudad entera de condenados
a la finitud, entonando cada cual su propio cántico desacompasado, ensimismado,
insensible a los demás, ebrio de su propia derrota vital. La misma imagen que durante
la segunda mitad del siglo XX europeo ofrecía la sensibilidad poética
—anti-sentimental, anti-lírica y anti-optimista— más atenta. No se olvide que
Fonollosa celebraba cada año la misma edad que Gabriel Ferrater, Pier Paolo Pasolini y Philip Larkin. Los cuatro centenarios de 2022.