El pueblo de mis padres es
conocido por el asado de corderos lechales. Mi madre los hacía muy bien. En mi
infancia, había un hombre que asaba lechazos solo los domingos, y se podían
comer en una sala que estaba encima del cine, que no era exactamente un
restaurante. Había mesas y sillas desiguales. Se colocaba en la mesa una
servilleta, un plato de barro, los cubiertos… y listo. Era plato único. Salía
del horno, en un recipiente de barro, después de haber pasado muchas horas
dorándose. Algún domingo de verano, en mi adolescencia, comí con mi familia. Mi
abuelo Clemente y la mayor de sus hijas, mi tía, ayudaba en el asador. La gente
venía de todas partes solo para comer sus lechazos. Llevará ya muchos años
muerto, pero nadie lo olvida su mote, el Nazareno, ni siquiera yo, a cientos de
kilómetros y a décadas de ausencia. Creo que fue la persona más importante del
pueblo en el siglo XX. El asador de corderos aficionado.
[Libro V, Epigrama XIII]