24 de mayo, martes. Idilio de espacio y tiempo


El pueblo de mis padres es conocido por el asado de corderos lechales. Mi madre los hacía muy bien. En mi infancia, había un hombre que asaba lechazos solo los domingos, y se podían comer en una sala que estaba encima del cine, que no era exactamente un restaurante. Había mesas y sillas desiguales. Se colocaba en la mesa una servilleta, un plato de barro, los cubiertos… y listo. Era plato único. Salía del horno, en un recipiente de barro, después de haber pasado muchas horas dorándose. Algún domingo de verano, en mi adolescencia, comí con mi familia. Mi abuelo Clemente y la mayor de sus hijas, mi tía, ayudaba en el asador. La gente venía de todas partes solo para comer sus lechazos. Llevará ya muchos años muerto, pero nadie lo olvida su mote, el Nazareno, ni siquiera yo, a cientos de kilómetros y a décadas de ausencia. Creo que fue la persona más importante del pueblo en el siglo XX. El asador de corderos aficionado. 

[Libro V, Epigrama XIII]