El ausente fue un libro soñado. Ocurrió
una mañana de julio de 2018, en la librería Walther Köing, en el Barrio de los
Museos de Viena, en la mesa de arte contemporáneo. El libro que empecé a hojear,
100 Selbstbildnisse (Köln, 2018) —una
edición de los cien autorretratos que Gerhard Richter había dibujado entre
septiembre y octubre de 1993—, de repente se convirtió en una epifanía. Imaginé
los dibujos a lápiz de Richter convertidos en cien poemas. Cien textos
alrededor de un ente inasible, yo. Vi el libro ya escrito. Casualmente el libro
que soñé estaba impreso en octavo y cada poema ocupaba la mitad de la página en
un rectángulo semejante al que Richter trazaba para inscribir dentro el dibujo.
En el rectángulo tipográfico vi inscritas mis palabras.
No conseguí que la idea se me fuera de
la cabeza hasta que no empecé a escribirlo. El primer autorretrato fue
redactado a los pocos días de regresar de Viena, el día 13 de julio. Mi
intención era comprobar lo imposible del propósito y olvidarlo. Pero el segundo
lo escribí al día siguiente, y el tercero el día 15, y así en días consecutivos
agoté el mes de julio. El libro soñado era imparable, algo en él se empeñaba en
brotar. A borbotones. Ninguno de los poemas partía de una idea previa, pero las
palabras se cosían a la hoja con una seguridad y una certeza que no dejaron de
sorprenderme hasta el final. Cien autorretratos que tuvieron en mí solo el
albañil que con paciencia los fue colocando en el mosaico del suelo por donde
pisaba. El último lo escribí el día 13 de noviembre de aquel año, a las 13:19,
según señala mi cuaderno. Era el 99. El 100, poema guía, o índice, del
conjunto, lo había escrito el mismo día que el primero.
El dibujo de cubierta es de Rafael Pérez Estrada. Es un dibujo extrañamente no concluido. Se conserva junto a otros de 1990. En cuanto consideraba acabado un dibujo, aunque solo fuera una mera caricatura, lo primero que hacía era firmarlo y fecharlo. Recibí muchas recriminaciones suyas, orales y escritas, por mi fea costumbre de no ponerle fecha a nada. Hoy, la de vueltas que da la vida, poseo anotación del día en el que redacté cada uno de los cien poemas, incluida la hora en la que acabé la escritura, y el dibujo de Rafael, paradójicamente, carece de fecha. La mañana vienesa en la que soñé este libro no se me apareció este dibujo, pero cuando revisaba obras de Rafael con el propósito de encontrar alguna que pudiera ilustrarlo, nada más verlo supe que aparecía ya en la cubierta que había soñado.