1. Me impresionan los cuerpos
incrustados unos dentro de otros de Egon Schiele. Los pintó encajados en todas
las posiciones imaginables. Su pintura es un completísimo manual de abrazos. Y
es curioso cómo todos los cuerpos que dibujó, tan exageradamente contrahechos,
alambicados y extravagantes, resultan más reales en la contemplación, no sé,
que los cuerpos perfectos de Ingres, que parecen de cómic. La realidad requiere
una gran distorsión para mostrarse tal cual es. La descripción realista ha
acabado por no decir nada sobre lo real.
2. Egon Schiele murió el jueves
31 de octubre de 1918 en Viena a la una de la mañana. El lunes anterior había fallecido
Edith, su mujer, embarazada de seis meses. Ambos padecieron la devastadora
pandemia de la gripe de 1918. Tenía veintiocho años.
3. Se conocen dos fotografías de
Egon Schiele en el lecho de muerte (Totenbett),
firmadas por la fotógrafa alemana Martha Fein. Una captada de frente, desde el
lateral derecho; otra de perfil, desde el izquierdo. Por la extraña posición
del pintor, el brazo doblado sobre los hombros y una mano en la nuca, y la otra
mano, cerrada, sobre el mentón, parece dormido. Incluso tranquilo en su sueño.
Tiene el pelo corto, levemente despeinado, barba de varios días y los ojos
cerrados. Viste una camisa de dormir blanca. No se parece a ninguno de sus
autorretratos. Se diría que es un hombre de unos cuarenta años.
4. Busco el dato y lo encuentro
sin ninguna dificultad: Schiele pintó 340 cuadros y dejó unos 2.800 dibujos en
poco más de una década; casi un dibujo diario, casi tres cuadros al mes. Una
parte esencial de esta obra (41 pinturas y 188 dibujos) se puede contemplar en
el Museo Leopold de Viena.
5. Schiele había nacido en una
estación de ferrocarril, junto al Danubio. En Tulln an der Donau. A finales de
la primavera de 1890. Su padre era el jefe de estación. Y también él podría
haberlo sido —en la infancia ya lo sabía todo sobre los trenes— de no haberse
quedado huérfano a los quince años y ya entonces más interesado en lápices y
tubos de óleo que en el humo de las locomotoras.
6. Schiele aprendió dibujo en
Viena, donde llegó de adolescente, sobre los cuadros de Klimt (1862-1918), pero
emprendió el camino opuesto al del maestro. Mientras Klimt ascendía hacia la
sublimación áurea del cuerpo y de su erotismo, Schiele profundizaba en el
desgarro.
7. Con veinte años le escribe a
un familiar: «Quiero salir muy pronto de Viena. Qué espantosa es la vida aquí...
En Viena reinan las sombras, la ciudad es negra... tengo que ver algo nuevo…, quiero
paladear aguas oscuras y árboles que se quiebran, ver vientos salvajes; quiero
mirar asombrado verjas mohosas». Fuera de Viena tampoco le resultó fácil. Ni se
dedicó a pintar árboles ni verjas.
8. Instala su primer estudio en
Krumau, Bohemia, actualmente en Chequia, localidad natal de su madre. Un
castillo junto al Moldava, una iglesia gótica y una gran plaza empedrada
rodeada de edificios estilo imperio. Tiene veinte o veintiún años y se dibuja a
sí mismo y a sus amigos desnudos. Luego conoce a Wally Neuzil, que ha cumplido
17 y aparece también desnuda o abrazada a otras jóvenes. A los vecinos no le
gusta lo que imaginan que ocurre en la casa donde vive el pintor y su amante y
modelo. Le maldicen y le niegan el saludo, primero. Luego, la entrada en las
tiendas, hasta que se ve forzado a abandonar Krumau.
9. En Neulengbach, un pueblo al
oeste de Viena, Egon Schiele y Wally se instalan en una casa de las afueras. En
1911. Solo unos meses más tarde, el 13 de abril de 1912, es arrestado por una
arbitraria acusación de secuestro de una niña de 13 años. Egon y Wally solo
habían dado cobijo a la niña, que se había escapado de casa. Pero en el
registro del taller encuentran multitud de dibujos de desnudos y añaden la
acusación de pornografía. Es encerrado en la prisión de los juzgados del
pueblo, donde es retenido hasta finales de mes, y luego es trasladado al
calabozo de Sankt Pölten, la capital del distrito, donde permanece hasta el 8
de mayo. Un total de veinticuatro días, «o quinientas setenta y seis horas.
¡Una eternidad!»
10. Durante el tiempo del
encierro Egon Schiele escribió un pequeño diario —trece hojas, al parecer— y
pintó una serie de escalofriantes acuarelas. La más célebre es la titulada «La
naranja era la única luz», donde aboceta un camastro sombrío, sobre cuyas
líneas solo colorea una almohada con marrones y una manta con gises azulados, y
en medio brilla el color naranja de la fruta que le había regalado Wally. Con
carácter póstumo el crítico de arte y amigo Arthur Roessler publicó un «Diario
de prisión» de Schiele que en parte es apócrifo, basado en los recuerdos
verbales del artista, y en parte puede contener fragmentos del diario auténtico
del pintor, sin que se sepa cuáles son unas u otras. La aparición de este
apócrifo abre las puertas a quien quiera evocar literariamente el encierro de
Egon Schiele en primera persona, como se propone la serie de autorretratos que
he escrito.
11. El productor inglés Adam Gee
ha contado cómo visitó en 1984 todos los lugares de Schiele, en especial Neulengbach,
donde «no había ni rastro de Schiele»: «When I went to ask the way to his
studio I was told people didn’t talk about him» (Cuando fui a preguntar el camino
a su estudio me dijeron que la gente no hablaba de él). Hoy, tres décadas
después hay un espacio céntrico de la ciudad dedicado a su memoria, el Egon
Schiele-Platz, con un busto en piedra, un pequeño museo, una calle
Egon-Schielestasse , que desemboca en la calle dedicada a Wally, Neuzilgasse,
«El callejón de Neuzil» (sin el nombre).
La casa donde vivieron Egon y Wally fue derruida en los años 60. En su
localidad natal existe otro museo, inaugurado en 1990, en el edificio de la
antigua prisión de Tulln.
12. Existen pintores que crean
espacios artísticos cerrados, con independencia de la calidad, universos
impermeables. Son ellos mismos y solo cabe admirarlos. Egon Schiele es
exactamente lo contrario. Su arte es el de la permeabilidad constante. Cualquiera
que se detenga frente a una pintura puede permanecer en su interior y
percibirse a sí mismo.
13. Las figuras que pinta Schiele
son fundamentalmente autorretratos, pero no es un gesto narcisista, ni siquiera
una actitud de solipsismo. Antes parece todo lo contrario: una manera de
facilitar el tránsito del observador al interior del cuadro. Su identidad con
él. El propósito del autorretrato es que el rostro y el cuerpo que reaparece en
dibujos y pinturas le resulte tan familiar al observador como su propio rostro,
de modo que el observador no se sienta alguien ajeno a la crónica íntima del
pintor, sino un yo ante sí mismo, como ocurre frente a un espejo.
14. Schiele no usaba espejos para
pintar sus autorretratos, y ese gesto técnico es casi una metáfora: el espejo
es el cuadro, pero no devuelve la imagen del pintor, sino la de quien lo
contempla. Schiele pintó el autorretrato de cada persona que mira el cuadro. Su
yo es el autorretrato existencial de cualquier yo que no sienta la pintura como
un género decorativo, sino como un nombrar lo verdadero.