29, domingo. Marzo. La novela se viste de Isabel Bono



Al tiempo que leo Diario del asco (Tusquets, Barcelona, 2020), segunda novela de la poeta Isabel Bono (1964), escribo —al compás del presente— un Diario confinado. No se puede evitar compararlos de vez en cuando. Mientras en la novela los personajes aspiran al confinamiento allá donde se encuentren, sea en un tren o en la calle, el lector anhela exteriores y busca proyectarse en cualquier espacio, aunque sea un rutinario viaje en cercanías o en un horror de bar. Las bolsas de plástico que el personaje con desprecio ve llevar a la gente en sus desplazamientos, ahora le parecen al lector un lujo. Los libros los escriben los autores, pero los lee el contexto.
    De la escritura diarística Isabel Bono toma para la novela del «asco» algunos elementos estructurales, como la fragmentación —sin referencias temporales— y la alteración cronológica —un constate juego de anticipaciones y retrospección—; y otros estilísticos, como la condensación en episodios breves y la paradoja. Pero lo más relevante de la novela es cómo articula estos elementos en sus dos partes, hasta cierto punto opuestas. La primera está dominada por un movimiento narrativo endocéntrico. Los fragmentos, que tienden al estatismo, giran sobre sí mismos alrededor del personaje principal. Los otros personajes de la trama, las situaciones, los recuerdos, las observaciones, todo en el texto se mueve alrededor de la personalidad descentrada del protagonista, mientras la acción mezcla pasado y presente hasta confundirlos. Y alterna también un narrador en primera persona con otro en tercera, de modo que subjetividad y objetividad confluyan borrando sus perspectivas propias. El conjunto de rasgos de la novela se alía para subrayar un ritmo ensimismado propio de un personaje detenido en sí mismo, que bien podría definirse como yo soy solo mi circunstancia.
    La segunda parte, sin embargo, plantea desde el principio un ritmo opuesto, exocéntrico. El personaje principal pasa a ser un elemento que acompaña la acción, que ya no monopoliza. Decisiva resulta la aparición de un personaje extraordinario, Micaela, una muchacha adolescente que encarna la vitalidad y que surge dibujada en la novela con un trazo dominante desde la primera línea. Se trata en esta segunda parte de una extroversión conceptual: el personaje principal sale de su cueva y vive no solo el presente, si no de manera presencial, es decir, no lastrado por el pasado. Y también es una extroversión estilística gracias a una dramatización muy ágil, con réplicas vibrantes, envolventes e incisivas que activa la prosa y dinamiza la acción.
    El rasgo más singular de Diario del asco no se encuentra, sin embargo, en los esquemas narrativos que se han analizado, sino en la manera cómo Isabel Bono ha vertido su universo poético personal —el zarpazo verbal in media res, las piezas de la construcción revueltas, el detalle como metafísica y la paradoja como descripción— en un cauce narrativo. Cómo lo ha desplegado, lo ha articulado y lo ha dramatizado manteniendo la esencia de su gesto creativo. Se podría decir que Isabel Bono no ha escrito una novela, sino que la novela se ha vestido el traje estilístico y conceptual de Isabel Bono. Con un resultado inquietante.
    La única referencia literaria que aparece en la novela como ángel protector de sus personajes es Samuel Beckett. Su ascendencia no se percibe en aspectos concretos, pero sí inspira la ideación trágica, nihilista, con la que se concibe la trama. Tanto el mundo enclaustrado, confinado en sí mismo, de la primera parte como el primaveral de la segunda comparten caminos que se cierran. Aunque también es cierto que la autora no sigue la senda beckettiana hasta el final. Cuando todo lo que se quiere se ha ido, queda el brillo inocuo de los desperdicios, sí, pero también reflejado en ellos el haberse perdonado uno a sí mismo.