Edad de brumas y de hogueras. Ágrafa, carecía de otro nombre que no fuese aguardar su fin, y que la vida pudiera arrancar de nuevo su polícroma escritura. Única luz azul en la blancura.
No tuvo días propios y cuando lo acotaron, cualquiera pudo entrar y robárselos. Augusto para que su mes no fuera menos que el de Julio César, Gregorio cuando le advirtieron de que al año le sobraban tres cuartos de día. Y, sin embargo, cuanto más breve y enigmático, más arduo se convirtió verle acercarse a su final. Ovidio fue quien mejor lo comprendió a orillas del Ponto, en su exilio con los escitas, frente al mar Negro y a la estepa de hielo. Al final del Libro I de Tristes descubre con pavor que antes acabará la escritura que el tiempo del castigo: «El terrible invierno pelea, y se indigna porque me atrevo / a escribir, cuando él esgrime sus ásperas amenazas. / Venza a un hombre el invierno; pero ruego, que al mismo tiempo / que pongo yo fin a mis versos, él se lo ponga a sí mismo».
Ni convenciéndole de su victoria de silencio sobre lo humano deja de batallar la edad de los campos mustios. Y de las columnas de humo ante las que los dioses desentumecen sus manos. Febrero.
No tuvo días propios y cuando lo acotaron, cualquiera pudo entrar y robárselos. Augusto para que su mes no fuera menos que el de Julio César, Gregorio cuando le advirtieron de que al año le sobraban tres cuartos de día. Y, sin embargo, cuanto más breve y enigmático, más arduo se convirtió verle acercarse a su final. Ovidio fue quien mejor lo comprendió a orillas del Ponto, en su exilio con los escitas, frente al mar Negro y a la estepa de hielo. Al final del Libro I de Tristes descubre con pavor que antes acabará la escritura que el tiempo del castigo: «El terrible invierno pelea, y se indigna porque me atrevo / a escribir, cuando él esgrime sus ásperas amenazas. / Venza a un hombre el invierno; pero ruego, que al mismo tiempo / que pongo yo fin a mis versos, él se lo ponga a sí mismo».
Ni convenciéndole de su victoria de silencio sobre lo humano deja de batallar la edad de los campos mustios. Y de las columnas de humo ante las que los dioses desentumecen sus manos. Febrero.