Hoy, ocho de abril, es la fecha
que la editorial Mixtura ha elegido para la publicación de Ventana ciega, mi segundo libro de aforismos y trigésimo primer
volumen desde que en 1983 apareciera el primero, Sortilegio. Ventana ciega inaugura decena, la cuarta en títulos, y década, la quinta de escritura. Y este
es el carácter que le atribuyo al libro: un nuevo
inicio. Emprender vías de expresión diferentes —después de los poemas, los
relatos, las novelas, los poemas en prosa y los diarios— es solo otra manera de mostrar devoción por el ámbito bajo el que busqué amparo en la adolescencia,
la literatura. Y en el que aún creo.
En
el párrafo anterior acabo de detectar una pequeña incongruencia en el cálculo
de mi pasado, pero creo que no la voy a corregir. He dicho, de Ventana ciega, que es segundo y que es nuevo. No parece coherente, pero tal vez lo sea. La aforística es
un género filosófico y literario con una tradición y unas reglas implícitas,
que este libro no siempre cumple. Es segundo
en lo general —la expresión literaria densa y breve—, y nuevo en lo particular, su capacidad —espero que se advierta— para
incorporar a la experiencia de la brevedad sensaciones que procedan de otros estilos
literarios que el aforismo entrevera y conjunta.
El
primer género al que se acerca tal vez sea el diario. Comparten, creo, génesis,
aunque se diferencian en el propósito. Mientras
el diario persigue la crónica temporal, el aforismo ahonda en
el misterio del pensamiento. La escritura desvela en quien escribe espacios de
intimidad que normalmente viven ajenos a la consciencia, y también la lectura
tiene, en el lector, idéntica capacidad. ¿Por qué gusta un libro si no es por
el hecho de que descubre profanidades que quien lo lee no sabría expresar por
sí mismo? Este paralelismo —el de quien
escribe y descubre y el de quien lee y descubre— se convierte en Ventana ciega en un círculo: quien ha
leído y descubierto escribe para descubrirse a sí mismo de otra manera.
Hay
veces en las que el lector desea conocer a fondo una obra. Así reuní
traducciones, epistolarios, estudios y biografías de Emily Dickinson (1830-1886),
convencido de que en ese territorio había un tesoro escondido. Mientras
avanzaba en la lectura, en exclusiva durante meses, empecé a escribir, sin
proponérmelo, pequeños textos poéticos que, si bien no tenían nada que ver con
la literalidad de lo que leía, procedían de un extraño diálogo con lo que estaba
leyendo. Cómo imaginaba la vida que yo viviría en aquella época y en aquel
mismo lugar. Qué conversaciones mantendría. Qué me sorprendería. Qué les diría la autora a
los otros poetas que admiro. Cómo piensa el yo desconocido que la lectura descubre. Era una experiencia de la otredad que desde su modo oblicuo me retrataba
mejor que un espejo. Escribí infinidad de textos que pronto fueron tomando
cuerpo en una suerte de diario poético de expresión aforística. El resultado
fraguó en «Ventanas de la Casa Ámbar», la primera parte de Ventana ciega.
La
experiencia resultó tan feliz que decidí, unos meses después de concluida,
repetirla. Había leído a Rosalía de Castro (1837-1885) en mi juventud, pero existían
aspectos de su poesía en castellano y de sus textos en prosa que había
olvidado. Así que reuní los libros que sesteaban en los estantes de la
biblioteca y los releí con creciente asombro.
Desde el principio el diálogo con el universo al que regresaba fue
igualmente fértil y de ahí surgió «Un sendero de pálidas estrellas». Tiempo
después emprendí la lectura de la Poesía
completa de Edith Södergran (1892-1923) y el diálogo con lo que su poesía me desvelaba de mí
mismo quedó en el interior de «El círculo quebrado». Como en esta época también
escribía aforismos al margen de las lecturas, presento en la última parte,
«Aguas que bajan turbias», una selección.
Las tres poetas, que nacieron en el siglo XIX, vivieron —al menos una parte de su vida— en lugares apartados de los centros de cultura, utilizaron una lengua poética —la de su época— insuficiente y retórica, de la que ellas supieron extraer una expresión áurea cuyos destinatarios rara vez se hallaron en su momento. Y un siglo más tarde iluminan las sombras del pensamiento de sus lectores tanto o más que cualquier escritura contemporánea. Ventana ciega es el relato poético y aforístico de este encuentro.
El libro se publica con una ilustración en cubierta sobrecogedora de la artista y poeta Carol Gómez Pelegrín, que posiblemente ya sea otra parte insustituible de este libro. Pero, ¿por qué Ventana ciega? El título alude a la aparente contradicción de una realidad que se puede constatar. Igual que ocurre con la literatura, una creación pura que revela existencias. Visión deslumbrada que es capaz de dibujar con exactitud el retrato de quien la contempla. El propósito secreto de este libro que acaba de aparecer, hoy, ocho de abril.