21 de febrero, martes. Elogio de lo impreciso


Recuerdo haber oído, no sé muy bien dónde, la anécdota que narraba la sorpresa de un técnico alemán que vino a solucionar un problema en las instalaciones del metro de la ciudad y descubrió una nueva medida de presión: «un poquitín más». Lo impreciso tiene mala prensa en la sociedad tecnológica, pero a veces se echa de menos. Por ejemplo. En el pueblo donde pernocto en fechas de asueto hay dos campanarios. La historia es simple. En el siglo XIX se ordenó que todas las casas consistoriales tuvieran delante un reloj público con la hora oficial del reino. Como delante del Ayuntamiento solía estar la iglesia, se instaló el reloj en su campanario. Pero en este pueblo en concreto, la iglesia, románica y anterior a la población, se encuentra en un extremo y la plaza Mayor en otro. Así que situaron reloj y campanario en una vieja torre de vigilancia que había más o menos delante. El caso es que al siglo XX llegaron dos campanarios. La habitación donde duermo está justo a medio camino entre los dos, así que escucho a ambos con la misma intensidad. Primero sonaba el de la torre civil y unos minutos después el de la iglesia. Ese vivir el mismo instante dos veces resultaba reconfortante, sobre todo por las mañanas. Pongamos que uno había previsto levantarse a las 8. Oía las campanadas, pero sabía que aún disponía de varios minutos de relajación, fuera del tiempo, antes de volver a escucharlas. Una prórroga. El siglo XXI ha traído un cambio en el funcionamiento de los campanarios. Ahora suenen los dos a la hora en punto, y es un guirigay desacompasado de campanas en las que es imposible no ya saber la hora, sino ni siquiera sentir un ápice de su grata armonía. La precisión temporal tiene sus desventajas. 

[Libro V, Epigrama XXX]