Visito un
mercadillo de artesanía. Ropa, encuadernación, marroquinería, pequeños objetos
cotidianos, joyería. Venden los propios artesanos. Cuando les pregunto por las
razones de alguna pieza, no me responden como lo haría un comercial de una gran
superficie, objetivando las maravillas del producto, sino que me cuentan su
relación personal con ella. Como si estuviera hablando con quien ha convivido
con lo que veo delante. No parece que vendan nada, solo conversan sobre sus
propias experiencias. En los puestos no solo admiro el diseño de un objeto,
sino las decisiones estéticas de todos los que están alrededor. Hay una
coherencia sorprendente. Es más, hay un estilo que bien se podría denominar personal. Venden sus obras estos
artesanos porque es su medio de vida. Trabajan durante la semana y los exponen
en los mercadillos de los festivos para poder mantenerse durante la semana que sigue.
Su creatividad está condicionada por esta necesidad, hecho que al mismo tiempo
potencia aquella convirtiendo cualquier objeto cotidiano en una pieza única,
elaborada con las artes y criterios de una personalidad compleja. A eso antes
se le llamaba arte. Coincide que estos días también escucho las declaraciones
de la directora de un museo de arte contemporáneo de mi ciudad. No se aparte,
ni un ápice, en su perorata artística, del discurso sociológico, que si el arte
debe de servir para la emancipación de unas y de otros, que si el museo ha de
estar al servicio de los vecinos del barrio (como si fuera un ateneo, con bingo
por las tardes, pienso), que el destino del planeta depende de las actitudes
artísticas. En fin, y me pregunto si las palabras «artista» y «artesano» no
habrán cambiado de significado sin que me haya dado cuenta. ¿No significa ya «artista»
persona que tiene la vida resuelta y «artesano» persona que dependen de sí
misma? De donde se deriva que los artesanos trabajan como artistas y los
artistas ya son los artesanos del presente, es decir, los que asumen los
discursos sociológicos del momento y les dan cuerpo sin siquiera aportar ni un
ápice de personalidad propia.
[Libro V, Epigrama XXVIII]