En una tertulia que sigo los
miércoles, uno de los sabios que la animan realiza una afirmación que me ha
tenido en vilo una semana: «las grandes lenguas ya no generan identidades». En
cierto modo es cierto. Pero hay algo que me impide otorgar la razón completa
a la tesis. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que, en EEUU, los
emigrantes de origen hispanoamericano de ciertos países —no de todos—, les hablen
sistemáticamente a sus hijos en inglés. Es algo que también he visto con
frecuencia en mi ciudad, incluso entre hablantes de una de sus dos lenguas que
les hablan a sus hijos en la otra. Le he dado vueltas al asunto y creo que el
problema está en el contenido de la palabra «identidad», a la que suponemos el
atributo «cultural», que es lo que se ha perdido. La «identidad» que otorgan
las lenguas de prestigio en una sociedad es la del «estatus», es decir, la de
«clase», eso que creíamos desaparecido, pero que, como tantas lacras del silgo
XIX superadas, regresa vigorizada en el XXI.
[Libro V, Epigrama XVII]