2 de abril, sábado. Didáctica


A los profesores de antes les encantaba mandar deberes. El peor era, sin duda, aprenderse las conjugaciones. Qué pesadilla. Nada tan aburrido como memorizar el pretérito imperfecto —pero si es imperfecto, por qué narices hay que estudiar cosas defectuosas—, el pretérito pluscuamperfecto —menuda arrogancia la de quien dice de sí que es más que lo máximo—, el condicional —como el preso que sale de la cárcel, qué modelo para adolescentes—, el imperativo —para qué aprender unos modos tan antidemocráticos—. Engrudo insoportable hasta que un día quedamos después de clase para estudiar juntos los verbos y descubrimos el verbo «amar»: amo-amas-amamos. Las formas entraban solas en la memoria (alguna también en los labios). Y nos pusieron, a los dos, un Sobresaliente.

[Libro V, Epigrama IX]