4 de septiembre, sábado. Amores de valquiria y corneta

Hace unos días compré en los Encantes por dos euros una biografía de Chopin, de 1952, bien editada en octavo con tapa dura, excelente papel y mejor tipografía. Me llamó la atención que en un anexo se incluyeran las cartas que el músico envió a George Sand —que el traductor de la época, con una lógica que aplasta, traduce en el texto como «Jorge Sand»—. La mayor parte de las misivas tiene escaso interés para el curioso. Ni siquiera son cartas, sino notas que se dejaban en lugares públicos o se encargaba llevar a los criados para concertar citas o avisarse de asuntos particulares de la vida cotidiana. El grueso de la relación epistolar lo forman las que se escribieron tras la ruptura, donde resulta interesante apreciar cómo la pérdida de intimidad va fosilizando la expresión.

Qué extraña pareja. Chopin, casi un niño, frágil, músico obsesivo, con la melancolía por único horizonte; Sand, mayor, a rebosar de experiencias mundanas, dominante, impenetrable tras lo adusto de sus trajes varoniles. Pasaron ocho años juntos, entre los cuales dos meses invernales en Mallorca a los que el biógrafo dedica cuatro páginas llenas de padecimientos. El autor, André Maurois (1885-1967), fue un polígrafo todoterreno.  A mediados del siglo pasado se puso de moda traducir sus libros variopintos y hoy es el rey de los mercadillos de libros viejos. Su biografía, que con acierto se salta cronologías o datos concretos y tiende a la redacción expresiva, se lee como un cuento de hadas vuelto del revés.

En las escasas cartas donde media una separación temporal, la distancia le da alas descriptivas a Chopin y el lector aburrido despierta. En 1844, durante el despiadado diciembre de Nohant, se compara con el hijo de Sand: «sonrosado, fresco, caliente y llevaba las piernas desnudas. Yo estaba amarillo, ajado, frío, y tres franelas bajo el pantalón». Un poco más adelante, una confesión de Chopin le encoje el corazón al lector: «no he ido tampoco a casa de Madame Doribeaux, porque no tengo ropa buena, lo cual hará que no haga visitas inútiles». Aunque al final de la carta, otra referencia al vestuario se lo dilata: «Imagino que es por la mañana, y está usted en ropa interior con sus queridos fanti que le ruego bese de mi parte».