3, sábado. Julio. De túnica

La túnica civil fue un gran invento cultural de Grecia. Los griegos, enamorados de la civilización, se encontraron ante una difícil disyuntiva. Creían que la desnudez era un signo salvaje, propio de pueblos incivilizados y épocas anteriores. Pero les encantaba la desnudez. Los atletas desnudos, los guerreros desnudos, los filósofos desnudos. Incluso Praxíteles tuvo la audacia de esculpir, por primera vez, una mujer desnuda de las dimensiones de una mujer: La «Afrodita del Gnido», que abrió las puertas de par en par a un fértil género escultórico. En el arte no fue difícil superar la paradoja: la destreza técnica y la perfecta expresión de lo bello dotó al desnudo de civilización, permitió que se superara y olvidase su origen agreste. ¿Y en la vida? Ahí es donde aparece el protagonismo de la túnica y de sus pliegues. El oxímoron perfecto: la desnudez vestida y el vestido como imagen del desnudo. Tela por fuera y desnudez por dentro. Ante la mirada, la túnica viste el cuerpo que se imagina desnudo. Los griegos inventaron eso que la civilización sigue amando tanto: los espejismos. El descubrimiento griego es el cuento del Rey Desnudo pero al revés: todos van vestidos con túnicas, pero solo se contemplan como cuerpos desnudos. Voy por las calles veraniegas y reconozco qué cerca de esta época siguen estando los griegos en el arte de la tergiversación.