Leo cómo Maurice Merleau-Ponty establece equilibrios en la cuerda floja entre escritura y pintura. No hay demasiados puentes entre ambas disciplinas, pero los espejismos son tantos que resulta apetitoso esclarecerlos. El más interesante para mí —el papel de lo incomprensible—, no se menciona en su investigación sobre el sentido. Admiro, sin embargo, su facilidad para desasirse de los tópicos con el fin de descubrir los sentidos que emergen en el instante mismo de la creación. Un «no-significado» previo que el arte, la pintura o la escritura, al concretarse, transforma, ante la mirada del lector de cuadros o de poemas, en una significación. Ante una mirada diestra en convocar significados cuando actúa. Pienso entonces en cómo puede encajar lo incomprensible en este esquema de Merleau-Ponty. Un no-significado que no permita la transformación, pese a convertirse en significante. Una forma no permeable que adopta la no-significación como sentido propio. O más ajustado, como jirones de sentido: trazos desconocidos y trazos intuidos, junto a los trazos identificados. Una no-comprensión que avanza por el mismo camino de lo comprendido, con la única diferencia de que no admite, como ocurre con lo entendido que se admira a lo lejos, el olvido de sus formas inmediatas. Un camino que el lector recorre contemplando solo el suelo de guijarros que pisa, sin que el paisaje que no se desvela le despierte el mínimo interés.