La poesía es el estado de nube del lenguaje. El agua, líquida, es la oralidad. La nieve, el hielo o la escarcha son diferentes modos de escritura, uno de ellos es el literario. La poesía a veces, y según en qué épocas, ha sido un mero orden fijo, un cristal del lenguaje. Ha sido literaria. Pero la forma de fijarse de la poesía no es mediante la solidificación de sus partículas, sino por evaporación. Y el modo de mostrarse es el de la nube.
La poesía trasciende la oralidad. Nace de ella, pero la descarga de movimiento. Es decir, del significado. La narración, al contrario, sublima los significados. La poesía los convierte en vapor de sentido. El decir que al mismo tiempo no dice del lenguaje. El estado en el que dispersa las fronteras por las que se le conoce. Tal vez porque se convierta en ritmo. En música. O quizá porque olvide sus funciones. Las desatienda.
La poesía es la pérdida de la identidad funcional del lenguaje. Lo humano en estado exclusivo de éxtasis. La evaporación que encarna el ascenso, la senda inefable, aquella que los místicos, para nombrarla, la identificaron con la lengua del amor. El lenguaje no utilitario. La fruición por sí misma. El silencio y el gemido como emblemas del ser. La poesía.