En agosto de 1981 la escritora catalana Teresa Pàmies (1919-2012) viajó por Galicia en busca de vestigios de Rosalía de Castro. De adolescente había cantado en una coral de su ciudad, Balaguer, y en cierta ocasión añadieron al repertorio una pieza en gallego, con un verso que, tras una guerra y un exilio, a los sesenta y dos años, le seguía obsesionando: «negra sombra que me asombras». De este viaje ha quedado escrita su crónica, que Teresa Pàmies titula con una conclusión: Rosalía no hi era (Rosalía no estaba). Prodigiosa cronista, la autora realiza un interesante ejercicio de no idealización. No encuentra en Compostela las calles donde vivió, lamenta en Coruña el monumento que no le dedican, no ve en Padrón imagen con la que evocar sus paseos por la ribera del Sar. «No la he encontrado, pero existe. Murió, pero está viva… Yo solo he creído verla fugazmente, en el movimiento de las hojas de una acacia, en el lánguido salgueiro envuelto en niebla… en los ojos de alguna mujer perseguida por la misma negra sombra que acuciaba a Rosalía».
Dos décadas antes el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) había emprendido un viaje con similar propósito. Embarca en un pequeño crucero por el mar Egeo para descubrir en la Grecia actual qué permanece en «la memoria del lugar» de la Grecia clásica. De la ruta que sigue redacta un pequeño diario que fue publicado, décadas después, con carácter póstumo, con el título de Estancias. La experiencia le resulta «decepcionante». Nada de lo que contempla le permite evocar la «idiosincrasia, acariciada desde largo tiempo». Todo le parece sin carácter, vulgar: «la desaparecida belleza de la fiesta en ese lugar se nos escapó».
Resulta entrañable el conflicto del filósofo con la «Grecia que no estaba», ni siquiera en los lugares donde había soñado descubrirla. Tampoco la evocación y cita de los himnos de Hölderlin le consuela. Hasta tal punto llega su irritación que incluso decide quedarse en el barco, buscando la clave que se le escapa en los fragmentos de Heráclito, mientras el resto de viajeros realiza las visitas previstas. Al llegar a Delos, cuna de Apolo y Artemisa, de repente, la epifanía: «Δήλος, la manifiesta, la desocultante no oculta pero que a la vez oculta y esconde: escondiendo el secreto del nacimiento de Apolo y Artemisa». Sorprendente la imaginación filosófica de Heidegger. En el no mostrar, muestra. El «presente», en el esconder, desvela. «La unicidad de desocultamiento y ocultamiento», germen de «todo poetizar y todo pensar».
Los dos viajes hacia lo que no está, tanto el del filósofo como el de la cronista, me han parecido dos hermosas poéticas. También el significado del poema es siempre lo que no está en el poema. Esa es la diferencia esencial con el resto de los géneros literarios, por ejemplo, con estas líneas de prosa de dietario cuyo sentido arraiga solo en lo que muestra. En lo que aclara: cualquier ocultamiento resultará trivial, quizá pedante, nada más. El poema que solo aclare, sin embargo, se agota en sí mismo. Solo la unicidad de comprensión e incomprensión salva al poema en la memoria —esos cincuenta años de convivencia de Teresa Pàmies con un verso de Rosalía hasta que decide viajar para comprenderlo. Por cierto, también infructuosamente, como cronista… pero quizá no como simple lectora, porque la imagen fugaz de «alguna mujer perseguida por la misma negra sombra» seguía ocultando lo que desvelaba. El poema.