Una pantalla y se verá dentro una imagen de la tabla de Rogier van de Weyden. Sonará un oratorio barroco, el modo que los poemas tienen de construir su decorado. Cuando aparezca la voz dándoles cuerpo, se quedará la pantalla en blanco, el altavoz sin sonido, que no lo necesitan. Ahora la poeta habla de cómo empezó a escribir su libro. No se propuso en ningún momento, dice, evocar con los versos la pintura. Solo, al escribir, trazaba lo escrito un cuerpo inerte. No pretendía tampoco ahondar en su sentido religioso. En las manos de quienes lo descendían era un cadáver sin lugar donde ser sepultado. Un pesar que quiere que lo entierren en palabras. La imagen dibuja, de súbito, una diagonal en el recuerdo. La poeta se levanta, habla, y en los estantes encuentra un volumen grande, papel satinado, brillo en los colores. «El descendimiento. Óleo sobre tabla». Le va a acompañar en la ardua travesía de la escritura. A veces el cuadro aparece, desaparece. En ocasiones hablan los personajes: José de Arimatea, María Magdalena… Oír estos nombres es destapar un tarro para oler en las lecciones de la infancia la lección de poética que Ada Salas imparte antes de leer los poemas que la han escrito.
La primera vez que vi este cuadro, dice, tenía diez, once años. Una profesora nos proyectaba en clase imágenes de cuadros famosos del Prado. No nos explicaba nada, dice, solo decía: «El descendimiento. Van de Weyden». Fue mi primer contacto con la pintura, sigue, también con la música. Venía a clase con un tocadiscos portátil. Ponía una pieza, decía: «Beethoven. Cuarta sinfonía» y en silencio la clase escuchaba el fragmento que elegía. Fue el primer contacto que tuve con «El descendimiento», cuenta, y en aquel momento me impresionó. Una impresión que recordaba, dice, cuando años más tarde lo vi en el Prado.
Con esta reminiscencia me gustaría escribir ahora un texto nada elíptico sobre la deserción en la enseñanza de la alta cultura, bien por indebido exceso de información, bien por voluntaria sustitución trivializadora en aras de la facilidad, pero creo que ya todo queda dicho en el recuerdo.
Con esta reminiscencia me gustaría escribir ahora un texto nada elíptico sobre la deserción en la enseñanza de la alta cultura, bien por indebido exceso de información, bien por voluntaria sustitución trivializadora en aras de la facilidad, pero creo que ya todo queda dicho en el recuerdo.