Vuelvo a
ver Begin Again (2013), película escrita y dirigida por John
Camey (1972). Recordaba vagamente el argumento, pero no los detalles de la
cinta. Se trata de una sutil diatriba contra la industria de la música
construida con brillo de melaza sobre el bizcocho de las caídas de ojos
adolescentes de los dos protagonistas que empiezan
de nuevo, Gretta (Keira Knightley) y Dan (Mark Ruffalo). Entre la primera
vez que la vi, posiblemente cuando se estrenó, y esta ha ocurrido algo que ha
cambiado mi manera de comprender la película. He leído al filósofo francés Alain
Badiou (1937). Conocido por sus escritos políticos que inspiran la izquierda
radical, lo que aprecio de Badiou es su pensamiento sobre cuestiones artísticas
y, en especial, sobre poética. Posiblemente sea el mejor exégeta que ha tenido Stéphane
Mallarmé. Son conocidas sus «15 tesis sobre el arte contemporáneo» (2000),
aunque quizá más interés tenga, para el espectador de la película de John Camey,
la revisión que realizó en una conferencia de febrero de 2015 titulada «El arte
contemporáneo frente al siglo XXI», un vaticinio sobre el extremo del laberinto
hacia el que, a su modo de ver, se encamina el arte. Y si bien todo parece muy
abstracto en la formulación filosófica, Begin
Again lo convierte en concreto gracias al artificio de la fábula.
La película arranca con el abandono súbito que
padece Gretta, compositora de canciones aficionada, por parte de su novio desde
el instituto, repentinamente convertido en una estrella del pop. Casualmente
conoce a Dan, productor no en horas bajas, sino subterráneas. Ambos inician una
aventura artística a contracorriente
de cualquier opinión sensata que, al cabo, contiene todos los elementos que
Badiou intuye como integrantes del arte del futuro.
Gretta, una mala intérprete de sus
canciones poco articuladas, y Dan, arruinado y alcohólico, con cierta
inconsciencia por ambas partes, se reúnen en un mismo propósito artístico —grabar
una maqueta con las canciones de Gretta—y recurren para ello a un grupo
heterogéneo de músicos (dos adolescentes que estudian en el conservatorio y
tocarían cualquier cosa gratis menos Vivaldi, algún familiar, un músico
callejero, otros músicos prestados del hip hop). La fábula cinematográfica se
centra precisamente en este desarrollo de la inverosímil conjunción del sonido,
al que Badiou atribuye mayor valor artístico que a la obra acabada: «Así, creo
que el futuro del arte es la desobjetivación: la posibilidad de mostrar a la
audiencia un nuevo proceso de creación,
sin necesidad alguna de cerrar el proceso en forma de un objeto». Mostrar al
menos un proceso diferente es la pretensión fílmica. Y lo que sucede en él es
que de esa conjunción dispar emerge una creatividad que no existía en los
individuos. Un pensamiento también de Badiou: «Mi idea es que progresivamente,
no sé exactamente cómo, el proceso artístico se volverá un proceso colectivo».
Aunque con una estructura narrativa cinematográfica (donde priman los
protagonistas), no se puede afirmar que Begin
Again no concrete el valor colectivo de la obra. Estas son las
observaciones a la primera tesis.
Para la segunda, Badiou intuye para el
arte «una invención sin modelo alguno». Con inocencia casi adolescente, la
ocurrencia de Gretta y Dan para superar su ausencia de presupuesto es grabar en
la calle, con los ruidos de la ciudad como un instrumento más de las piezas. Algo
que hubiera hecho reír, obviamente, a cualquier productor musical. Badiou
opina, en la tercera tesis, que «la definición más importante de la
especificidad de la obra de arte es ser idea en tanto material, no idea en
tanto ideal». Lo que tampoco se elude en la película: la ocurrencia no es idealista, sino una concreción material en la que
se implica el insólito colectivo de personas que la hace posible.
En
la tesis cuatro aboga el filósofo por la «creación de nuevas artes» y, a su
nivel, la heterogeneidad de los músicos y el historial de fracasos de los
protagonistas apuntan, quizá no a una novedad, pero sí hacia una
excepcionalidad. Una idea que comparte Badiou: «afirmar la posibilidad de algo
imposible». No otro es el lema que podría lucir la película, porque también
para ella es «el centro hoy de la búsqueda de una excepción», como en la poesía
lo es el «crear en el lenguaje algo como una excepción de lo que el lenguaje es
capaz de decir». Así la película es la recreación de una excepción que la industria musical no es capaz de comprender y menos de absorber.
Y
la última y más sorprendente de las tesis de Badiou: si la obra artística es
realmente crítica deberá «volverse pobre», es decir, «absolutamente sin paga, sin equivalente monetario, sin
sueldo. La expresión sin paga tiene
muchos significados: sin salario, sin dinero, pero puede también significar con un valor infinito». Tesis que la
película parece olvidar cuando los protagonistas son gentilmente aceptados por
la empresa discográfica que les había rechazado, pero una espléndida coda
final, mientras los créditos de la película desfilan marcialmente sobre el
negro, John Camey no olvida proporcionar a la aventura artística que acaba de filmar el
valor infinito, extramuros de la finitud del mercado, que el arte, según el
filósofo Badiou, debe empezar a requerir para sí mismo.
[Clarín nº 162. Oviedo. Noviembre-diciembre, 2022]