Llego a Delicias, que es un
destino ferroviario que despierta siempre algún tipo de apetito, y me encuentro
con un amigo que me espera en el atrio de entrada. Salimos y enredados en la
conversación, sin que me dé cuenta, estamos ya en el 34. Saca su tarjeta de
transporte, la acerca al aparato registrador de viajes, suena pip-pip, pasa él; la vuelve a acercar,
vuelve a sonar pip-pip, y paso yo. El
autobús arranca y me quedo impresionado con lo que acaba de ocurrir. Algo tan
sencillo, tan cotidiano, y sin embargo, para mí tan extraordinario: que una
tarjeta de transporte urbano pueda validar dos viajes. Eso en mi ciudad, Barcelona, es completamente imposible.
Antes
de que llegara el presente siglo, que camina con decisión hacia su primer
cuarto, había usado una tarjeta de validación electrónica en Londres, pero
también en ciudades peninsulares, como Lisboa o Madrid. Al llegar uno compraba
la tarjeta en una máquina expendedora de billetes y la cargaba con los viajes
—o la cantidad económica— que le parecía oportuno. Al acabar la estancia,
regresaba a su ciudad con la tarjeta, que guardaba para próximos desplazamientos.
Todo tan absolutamente común como fantástico para mí, que no podía hacerlo en
mi ciudad, porque no dispuso de sistema electrónico de validación de viajes en
transportes públicos hasta el año pasado. Es decir, hasta 2023.
Pero
el laberinto empezó a emponzoñarse antes. Como no teníamos tarjeta recargable,
en Barcelona los usuarios compraban tarjetas de cartón que se validaban
mecánicamente. Cientos de tarjetas de cartón han pasado por mis manos. Pero aun
así alguien debió de pensar en TMB, la empresa que con tanta diligencia organiza
estas cosas, que eran pocas y multiplicó el consumo de cartón. Normalmente
viajaba en metro junto a dos miembros de mi familia. Con una sola tarjeta
pasábamos los tres, hasta que se les ocurrió la brillante idea de convertirlas
en unipersonales. Desde entonces
tenía que viajar con tres tarjetas de diez viajes encima. Y ocurrió el día, muchas
veces, en el que para entrar en el metro los tres, tuve que comprar ¡tres
tarjetas de diez viajes cada una! Un dispendio sobre un absurdo. La estación de
mi ciudad, como la de Zaragoza se llama Delicias, deberían bautizarla como
«Disparates».
Treinta
años después de que ya la tuvieran todas las ciudades peninsulares, en
Barcelona, por fin, disponemos de una tarjeta electrónica. Unipersonal, claro.
Pienso en estas cosas mientras converso con mi amigo en el 34, por las avenidas
de Zaragoza, hacia el centro. En una parada sube una pareja de personas mayores,
el hombre saca la tarjeta, pip-pip,
pasa su mujer; vuelve a pasarla, pip-pip,
pasa él. En mi ciudad esta escena tan cotidiana y común resulta imposible. Si voy
con mi hijo y olvida su tarjeta, algo en absoluto inusual, no puede pasar
con la mía, y he de comprar un billete con la tarjeta de crédito a una tarifa
triplicada de la normal. De cartón, claro.
Por otra
parte, no sé si vale la pena contar que en la mayor parte de ciudades del mundo
la tarjeta se consigue, previo pago, en las máquinas expendedoras de todas las
estaciones de metro. Ah, en Barcelona no. Hay que solicitarla presencialmente,
previa cita previa. Mostrar el DNI. Registrarse con todos los datos del DNI y,
luego, pagar la tarjeta. De modo que cada vez que entro (yo solo, claro) en un
autobús o un metro mi viaje queda registrado en los archivos de la TMB. Si
suscribo una aplicación de la compañía, hasta puedo ver el detalle de todos mis
viajes listados. La cuestión me despierta algunas dudas sociológicas —¿una
compañía puede tener impunemente tanta información sobre los movimientos
concretos de todos los ciudadanos?—, otras de carácter práctico —¿hay que votar
en las elecciones a la alcaldesa o al alcalde que sostiene este sistema invasivo
e incómodo?— y una ardua cuestión filosófica: cuando no recuerde, por la
acumulación de datos de la vida urbana, a dónde he ido, con quién he estado y
de qué he hablado, ¿qué yo comparece ante mí cuando sepa con exactitud de
segundos la hora a la que me subí en el metro y en qué estación para viajar
hacia lo que he olvidado?