Hace dos años este libro no
existía. Guardaba las cartas, ahora sé que son 145 las que conservo, en tres
carpetas dentro de una caja de archivo negra. En un lateral había escrito un
rótulo, fijado con aironfix, con un
nombre: «Rafael». Ha permanecido, en las tres casas donde he vivido, en un estante
junto a la mesa de trabajo, siempre a mano. Cuando los editores de Mixtura,
Elena Aguilar y Jesús Aguado, empezaron a imaginar su proyecto, el primer libro
que soñaron publicar era una antología de cartas de Rafael Pérez Estrada. El
propio Jesús tenía unas cuantas y era consciente del valor literario que esta correspondencia escondía. Me pidió ayuda para organizar la antología y lo primero que
hicimos fue pedir la lista de corresponsales del poeta malagueño a su Fundación.
La lista de escritores cuyas cartas se conservan en su legado nos impresionó. La
dividimos por generaciones y aun así resultaba difícil abordar el proyecto por
su magnitud. Nos sentíamos desbordados. Fue entonces cuando dije que lo mismo
me ocurría a mí cuando tuviera que hacer la selección: ¿cómo elegir diez o doce
cartas del centenar largo de las que guardaba, si todas eran, por unas razone u
otras, magníficas? La respuesta a esta pregunta que me dieron aquel día los
editores de Mixtura tuvo la virtud de generar este libro.
Una
cosa era publicar las cartas que Rafael Pérez Estrada había escrito a diversos
corresponsales —lo que con el tiempo se acabará haciendo— y otra muy diferente
dar a luz todas las cartas que me escribió a mí. No fue una decisión sencilla,
porque, tanto en lo general como en lo personal, he defendido una literatura
alejada lo más posible de lo biográfico. Y también esta fue siempre la opción
estética de Rafael Pérez Estrada. Publicar su correspondencia parecía, cuando
menos, una traición literaria. Con esta
idea en la cabeza volví a leer las cartas, veinte años después de que me
enviara la última. Lo que me sorprendió es que la biografía —tanto la suya como la mía— no se mostraba nunca como
testimonio. Si aparecía, como era obvio que apareciese, lo hacía transformada
por el lenguaje en algo muy parecido a una obra literaria de la imaginación. De
hecho, Rafael no describía nunca situaciones biográficas, sino que jugaba literariamente con ellas. Y no solo eso,
y esta fue la razón que me impulsó a dar a la imprenta este libro, sino que sus
cartas conservan un Rafael que añoran quienes le conocieron y que parecía
desaparecido para siempre: el Rafael oral, el extraordinario conversador que fue,
el ingenioso interlocutor, incluso el brillo sonoro de su voz se puede oír al
leer sus cartas.
Una
vez decidida la publicación de la correspondencia de Rafael, ya sabía que las
mías no se podrían publicar a su lado, porque sobre todos los papeles personales
del Legado pesa una cláusula de privacidad hasta pasados veinticinco años de su
fallecimiento, en 2000. Solo sabía, por el cómputo de su archivo, que las mías
eran 187 cartas. Ya con el libro mecanografiado y casi compuesto, un día se me
ocurrió mirar viejos archivos del ordenador, que habían ido pasando de un
aparato a otro a lo largo de los años sin que les diera ninguna importancia. Y
allí encontré, sin recordar que existiesen, treinta y nueve borradores de cartas,
escritos en la época en la que ya se usaban los ordenadores, pero aún no estaba
extendida la conexión a la red. De hecho, estaban en un formato diferente y
hubo casi que transcribir los signos que el actual no reconocía. Mis cartas no
guardan ningún secreto de mi oralidad, y desde luego son bastante más biográficas de lo que me hubiera
gustado. Pero me pareció injusto que desvelara las cartas de Pérez Estrada y
ocultara o seleccionara las mías. A los editores la idea les pareció bien, y
aquí está Práctica de la emoción.
El
título es una descripción literal del contenido. En el siglo XX la
correspondencia había dejado de ser el medio principal de comunicación a
distancia entre personas. De hecho, casi cada semana hablábamos por teléfono.
Lo que hacíamos Rafael y yo, al continuar escribiéndonos por carta, era regalarnos mutuamente emoción. De esta
práctica da cuenta este libro.