Saco billetes por internet desde años. He
visto cómo las tarifas han ido probando diversos modelos, pero últimamente se
ha consolidado uno, idéntico para cualquier medio de transporte, que da qué
pensar. Aunque se suele presentar en tres posibilidades para despistar sus
intenciones, en el fondo consolida dos tipos muy diferentes de tarifa: una en
la que desaparecen todos los derechos consolidados en décadas de consumo, y a
la que se le añaden incluso condiciones impropias
(como la de no poder llevar maleta en un viaje). No es que sea más barata,
es que se renuncia explícitamente a cualquier derecho sobre el servicio
adquirido (dudo incluso que sea legal ofrecer un servicio sin ninguna garantía
y con tales restricciones). Y otra
tarifa que disfruta de los derechos normales y habituales de cualquier tarifa
en el pasado. Se diría, sin exagerar demasiado, que una es la tarifa de esclavo
y otra la tarifa de ciudadano (como las que debían de existir en las
civilizaciones o en los países donde reinó la segregación social). La única
diferencia que descubro entre aquellas sociedades infames y la nuestra es que
aquí cada cual elige su condición, voluntariamente.
El resto es lo mismo.
[Libro V, Epigrama XV]