La
racionalidad ordena, pero en sus extremos sobreviven las paradojas. En los
últimos tiempos el mismo espacio de relajación y esponjamiento recibe en la
ciudad dos nombres: Plaza y Jardines. En general, el primero respeta los
espacios tradicionales así denominados y nombra los nuevos que poseen una
singularidad en el plano urbanístico. Es decir, distribuyen el tráfico a su
alrededor. Cuando el espacio se encuentra dentro de la regularidad del plano,
tras el derribo de almacenes y edificios viejos que no son sustituidos por
otros nuevos —no se olvide que en algún momento del siglo XX Barcelona tuvo la
misma densidad que Bombay—, las plazas conquistadas a la edificación se
denominan «Jardines», con frecuencia solo de forma retórica. Es un criterio. El
espacio que la ciudad le dedica a los Jardines de Alfabia, en la isla de
Mallorca —uno de los topónimos mallorquines que abundan en el barrio de Porta—,
se llama «plaza» porque lo obtuvo antes de los criterios, pero no es
literalmente una plaza. Y mucho menos lo que el nombre evocado sugiere.
El significado paradójico, sin embargo,
no está en el nombre, sino en el trazado. Se podría concebir este espacio como
maniobra diversiva: una Rambla ideada
para justificar la edificación de un polígono de bloques que superaba las
alturas permitidas en la ciudad. Se construyeron los edificios alrededor de
1960 y el espacio común quedó, después de vendidos los pisos, abandonado a su
destino, primero, como descampado, casi vertedero, luego, conforme el
desarrollismo se imponía, como aparcamiento vecinal. Hoy, urbanizada desde 2018
sin ningún atributo, es una suerte de enlosado baldío por donde casi nadie
pasea y bancos donde casi nadie se sienta. Su linealidad, fruto del plano, se
interrumpe en seguida en la calle que continúa, hija ya de la urbanización
asilvestrada de la zona. A esta plaza se llega, como sugiere en un poema Luis
Felipe Vivanco, «Por las calles prosaicas de las afueras… con el alma
descalza».
La plaza de los Jardines de Alfabia
tuvo, en la época en la que el barrio de Porta crecía de manera desordenada y desatendida,
un breve protagonismo que, por edad, no alcancé a conocer. Fue la boite Coconut (1969-1973). Una discoteca
abierta al aire moderno de los tiempos, donde actuaron en directo Los Diablos,
Fórmula V, Lone Star, Nino Bravo y Tony Ronald, que acabó su concierto con la
camisa hecha jirones repartida entre las vocingleras fans. Recuerdo que en mi
adolescencia huía de estos grupos y cantantes, pero hoy, algunas décadas después,
recuerdo perfectamente letras y melodías de aquellas canciones que detestaba. De
los olvidos de esta plaza se sale con el alma descalzada.