Veo los capítulos de una serie
francesa, Une si longue nuit, hermoso
título que aquí se convierte en el rimbombante «La noche más larga». Me llama
la atención un subtema que ya he observado en otras películas y series. En
esta, tanto el comisario como la abogada del acusado son personajes brillantes,
pero desentonan en el contexto donde aparecen. La razón es fácil de
comprender: van a la suya. Quiero decir, no actúan guiados por un
procedimiento, ni le prestan atención a las normas, lo que desluce sus
resultados. Me ha dado qué pensar, porque desde el primer momento he sentido
simpatía por ambos.
Mi
generación creo que comprende muy bien el punto de vista del comisario y de la
abogada, aunque en la serie parezcan antagónicos. Soy consciente de lo
deficiente que resultó la formación que me dieron, tanto en el viejo
bachillerato —memorístico, jerárquico, de contenidos genéricos— como en la
masificada y funcionarial universidad a la que asistí. A partir de este punto,
el conocimiento que se me ha exigido al realizar las tareas profesionales que
he emprendido ha corrido de mi cuenta, y especialmente, de mi experiencia. No entendido este término como
tiempo de desarrollo, sino como tiempo de aprendizaje. Ahora bien, aprender con
la experiencia tiene sus desventajas, y la fundamental es que está condicionado
por la propia personalidad de quien aprende en lugar de por un procedimiento objetivo.
Es lo que argumenta a la abogada frente a la colega novata: «yo no tengo
método, me fio solo de mi intuición».
Las
generaciones del presente se sitúan en el polo opuesto a la que he descrito
como mía. En general han tenido una buena formación: extraordinaria en el
caso de BUP, razonable en el bachillerato actual, facultades
modernas, profesorado competente, masters por doquier, erasmus variados. Luego,
cada empresa dedica infinidad de horas al
adiestramiento de empleados. Cursos, cursillos,
reuniones, intercambios, estancias conjuntas. Y, sobre todo, una formación
férreamente vinculada a los procesos, procedimientos, pautas, normas, métodos,
etcétera. Con un único fin: que la experiencia —como tiempo de aprendizaje— no
se filtre nunca en la práctica profesional.
Dos
maneras de encarar las cuestiones. Lo que dice el reglamento, lo que sugiere la
intuición. No me parece extraño que anden a la greña en series y películas. En
general, no me puedo quejar, aún afeados, los personajes hechos a sí mismos
suelen ser los héroes de la ficción. Es posible que también de la realidad.
Pero no me hago ilusiones. El comisario de la serie acaba de jubilares. La
nueva comisaria aplicará el procedimiento a rajatabla. No sé si lo hará mejor
(la serie solo tiene una temporada), pero de lo que sí estoy seguro es de que
el futuro es suyo. La experiencia como aprendizaje es ya un mito. Como la
libertad de prensa cuando ya nadie lea los periódicos.