No digas tonterías. Si ni siquiera ha salido el sol. Es de noche ciega. Qué alucinación es esa de que has oído pasar camiones que hacían al avanzar un estrépito de cadenas. Como si hubiera nevado. En abril. Que estamos en primavera, chiquilla. Ah, o igual te has imaginado que has oído pasar tanques. Tanques que traen de vuelta a los soldados. De una juega. Como no tenían coche para ir, se llevaron un tanque de los hangares. Esa sí que es buena. No sé por qué me despiertas y menos sé por qué tienes esa cara despavorida. Tranquilízate, muchacha. Los tanques no pueden salir a la calle. Solo faltaría eso. Lo tienen prohibido. No quedaría un empedrado en su sitio en toda Lisboa. ¿No has visto con tus propios ojos cómo los montan en camiones cuando se los llevan de maniobras? Lo vemos continuamente. El cuartel está ahí a la vuelta, ¿o es que no te acuerdas? Pero bueno, de ahí a que los hayas oído pasar por la calle va un sueño. Profundo. Como el que disfrutaba yo cuando me has despertado. Y qué dices que cuenta la radio. Si son las cuatro de la mañana. Qué va a decir la radio. Tonterías. Pondrán fados para los taxistas de servicio. Qué ocurrencia es esa de un comunicado de las fuerzas armadas para que la gente se recoja en sus casas con la máxima calma. Es surrealista. A las cuatro de la mañana todo el mundo está recogido en su casa y durmiendo, menos yo, porque tú te has asustado al oír algún borracho pasar por la calle dándole golpes a los coches aparcados y lo ha empeorado el fado con el que un locutor tristísimo ha recordado una novia que tuvo cuando era soldado y hacía la mili en el Alentejo. ¡Despertarme por una nimiedad así! Venga, por dios. ¿No sabes hacer otra cosa? Que si está pasando algo, que si los militares han salido a la calle y piden para que no se les ataque porque no quieren hacer daño a nadie. Qué despropósito. Sí, ahora invéntate que están dando un golpe de estado. ¡Los militares! Pero si ya mandan. ¿Para qué van a dar un golpe de estado? Si son el ojo bonito del doctor Caetano. Nadie se tira piedras sobre su propio tejado. Ah, que no son los militares, sino los soldados los que han salido. Acabáramos, mientras los mandos duermen, como estaba yo hace un momento, con los angelitos. Así deben de estar ellos ahora. Ay, pequeña. Qué imaginación tienes. Los soldados no son nadie. No son nada. Quien manda son los galones no las garitas. Déjame dormir. Que mañana tengo una jornada de diez horas por delante y esa no hay tanque que me la quite. Ni soldados ni puñetas. No te preocupes, está todo atado y bien atado. El doctor Caetano sabe lo que hace. Es un sabio. Y en las comisarías nos tienen fichados a todos. Aquí no se mueve nadie. Ni que el mundo hubiera nacido esta mañana.