La llegada a la adolescencia de
niñas y de niños siempre ha sido diferente. Las niñas despiertan mucho antes,
claro. Pero tal vez haya en el presente aspectos que no siempre se han tenido en
cuenta. Oí el otro día en la radio el resultado de una encuesta que parecía
seria en el que los chicos daban una respuesta por encima del 75% a la pregunta
de si están satisfechos con su vida; mientras que las chicas no llegan al 50%. La
distancia entre un dato y otro es un abismo. Me dio qué pensar.
No es la
típica diferencia entre chicas y chicos. Creo que tiene que ver con el modo de
relacionarse con la sociedad. En los chicos, por hábito general, su
socialización se cumple casi exclusivamente a través del deporte, y el deporte
es una fuente inagotable de euforia. Aun cuando su equipo pierda,
siempre está la posibilidad de que gane el siguiente partido. Pero entre las
chicas se ha extendido una socialización a través de la concienciación social,
en especial, en relación al cambio climático, a la destrucción del planeta, a
las crisis económicas y a los desastres migratorios.
En
ocasiones, sin embargo, la adolescencia carece de herramientas para distanciar
la preocupación seria por estas cuestiones de la propia conciencia individual,
de modo que resulta fácil caer en una situación de malestar, de hondo pesimismo
existencial, incluso de depresión. Creo que esa es la razón de la infelicidad
de muchas adolescentes. Cuando la preocupación social invade la esfera personal
se presenta una incómoda paradoja, porque el propósito es encomiable, pero la
consecuencia negativa de no saber cómo encauzar esa energía, tan positiva, creo
que ya se refleja en las estadísticas.