17 de noviembre, jueves. De policías y ladrones


Una noticia que oigo en la radio me llama la atención. Un policía que trataba de detener a un ladrón que quería despojar de un reloj a un turista fue apaleado por este y sus amigos al creer que era quien les estaba robando. El ladrón aprovechó la coyuntura para patalear también al policía. El caso presenta algunos aspectos interesantes. Solo pudo ocurrir porque durante el acontecimiento hubo una confusión de papeles entre policía y ladrón en la percepción de los turistas. De modo que el ladrón era alguien que ofrecía confianza, y por eso le dejaron propinar patadas al policía, mientras este les pareció obviamente un ladrón. El intercambio de identidades, a poco que se piense, resulta obvio. El ladrón, para robar, debe poseer una imagen agradable cuando se acerque demasiado; el policía, para despistar a los delincuentes, ha de ataviarse según el modelo barriobajero al uso. Sin este cruce de aspectos no es posible comprender la confusión, que también yo experimenté una tarde al presenciar una detención en el Raval. Si me hubieran dejado elegir, no lo hubiera dudado, me hubiese ido a tomar algo con el ladrón, un tipo guapo y bien vestido. La pinta del policía era de cambiar acera en la calle. De lo que se deriva que las categorías con las que percibimos la realidad, tanto las empíricas como las conceptuales, están completamente erradas. Y solo sirven para hablar sin decir nada. 

[Libro V, Epigrama XXV]