De vez en cuando me cuelo en
algún campo de fútbol de barrio y asisto al entrenamiento de un grupo de
escolares, sentado entre sus pacientes padres. A poco que uno se fije en lo que
ocurre dos aspectos le llaman la atención. El primero es que el entrenamiento se
convierte, si todo va como se espera, en una coreografía. Los jugadores se mueven con
una armonía que se diría científica, trazando perfectas líneas de un armazón
conceptual exacto. El segundo es que estos movimientos están dirigidos solo por
voces que mandan. No se explica, no se razona, solo se dan órdenes. En absoluto
me extraña. El fútbol es una estructura jerarquizada, donde únicamente se tiene
en cuenta una opinión, que, claro, se convierte para los demás en una orden. La
paradoja es que siendo un juego tan antiguo
régimen, es decir, tan antidemocrático, haya acabado convirtiéndose en el
emblema de la democracia occidental.
[Libro V, Epigrama XXI]