En los anales procesales del boca
a boca se recuerda en los corrillos, con frecuencia, la disputa que mantuvieron
en su tiempo el fiscal J.P.S. y el defensor M.M.P. en el juicio del estafador
Histórico García Comunal. Las pruebas que la policía había reunido para la
resolución del caso se resumen bien en el término circunstanciales. Unos se refirieron a ellas como prometedoras,
otros como faltas de consistencia, dado rienda suelta a la inventiva personal
en el ámbito de la sinonimia, tan propia de la dedicación.
Ante
la escasa enjundia factual, que incluso hacía bostezar al juez, cuyas canas
avisaban más de la proximidad de una jubilación que de la cimentación de una
carrera, fiscal y defensor se enredaron en una trifulca dialéctica que acabó
arrastrando a los presentes, incluidos el magistrado, los miembros del jurado
popular y hasta los bedeles; a todos, menos al acusado, a quien se le
contagiaron los iniciales bostezos jurídicos.
Abrió
el melón el fiscal, consciente tal vez de la debilidad de sus argumentos
probatorios, cuando espetó ante el tribunal una aseveración inusualmente
construida con seriaciones negativas: «Nada se deja de saber nunca. Resulta
imposible pensar que Histórico pueda evitar el hecho de que no se conozca su
implicación en los sucesos que se le atribuyen y también en los que no se le
atribuyen aún, por desconocidos». «¿Y…?», alcanzó a musitar el juez despertado
de repente por el alegato de la fiscalía. Que continuó: «De lo que se deriva la
conclusión de que en ningún caso puede resultar plausible un veredicto de
inocencia, aunque no se haya demostrado el de culpabilidad». Tres o cuatro
canas volaron de la cabeza judicial cuando este se la rascó en el tránsito de
activarla.
Como
ocurre en los partidos de tenis cuando un jugador saca desde su campo, el turno
pasó a la defensa. Se levantó para hablar el abogado, M.M.P., un tipo elegante,
con frente amplia y mejillas enjutas, fibroso, pausado. Tardó unos segundos en
hacerlo, como quien encaja todos los matices del discurso que le han lanzado.
«De hecho», empezó diciendo, «lo habitual es que solo por casualidad se alcance
a saber algo certero sobre lo que en realidad ocurrió en la realidad inconfesada
de Histórico, y no hay más que echar un vistazo por encima a las pruebas
aducidas por el fiscal para descubrir que lo que sabemos es más bien poco y no
como excepción, sino como el hábito que mantiene lo real a la hora de
manifestarse». Y se dejó caer en el asiento.
La
polémica estaba servida junto a cada cerveza con una tapa que pidiera en la
barra de un bar un miembro de cualquier escalafón de la judicatura. Y así hasta
esta mañana, en la que he asistido a una nueva réplica del debate entre un
repartidor de paquetería a domicilio y otro de comida por encargo. Mientras el
primero negaba la imposibilidad de no querer conocer el contenido de los
paquetes que repartía, el segundo afirmaba que siempre había tenido mal olfato,
que ahora su trabajo acentuaba, y que las pizzas le olían a burritos.
[Cuaderno de ficciones, página 3]