Leo un
libro de Michel Tournier titulado el Espejo
de las ideas, que se publicó en 1994, cuando su autor cumplió los setenta
años. No es un dato trivial. Hay encomiable capacidad de síntesis o, lo que es
lo mismo, una disposición a prescindir de conocimientos inútiles. Un libro
escrito solo con la memoria personal, sin abrir demasiados libros o, mejor,
solo por las páginas que se recuerdan con agrado.
La idea que organiza el libro es muy
simple y se materializa en un mínimo tratado de ideas enfrentadas. «El hombre y
la mujer» es el primer capítulo. «El amo y el criado» o «La sal y el azúcar»
andan por en medio. «El ser y la nada», el cierre. Una vez acabado el libro, el
lector continúa unos días con esta dinámica, aunque casi todas las dicotomías
que se le ocurren ya las ha tratado Tournier de una manera explícita o
implícita. Persevero hasta que encuentro un antagonismo propio: «Público y
privado». Me llama la atención que, entre las cincuenta y cuatro parejas de
conceptos encarados, no se le hubiera ocurrido tratar estos. Me lo deja a mí,
lo compruebo y se lo agradezco.
En la concepción de lo público existe
un galimatías de significados que implican a su vez nuevas oposiciones, al que conviene
poner algún orden. En síntesis, se pueden considerar dos dimensiones del
término. En su forma externa, público es o bien una manera de transporte, lo que
inmediatamente implica una nueva dicotomía entre lo colectivo y lo individual;
o bien, más genérico, un mecanismo para sufragar actividades sociales, así en
el concepto servicios públicos
sobrevuela otra oposición entre impuestos y patrimonio personal. Esta dimensión
de lo público que se orienta hacia la sociedad colectiva o hacia la sociedad de
individuos posee un interés que no ha conseguido caducar pese a la infinidad de
debates (económicos, políticos, filosóficos) que le preceden. De hecho,
continúa siendo la auténtica oposición de fondo en la sociedad del presente.
Una segunda magnitud de lo público
cabría identificarla en las esferas de la intimidad, es decir, allí donde se
permite un acceso a los demás o se les niega. Lo privado es susceptible de
diversas gradaciones: yo-pareja-familia-amigos-conocidos. A partir de este
punto, el resto que accede a una biografía lo hace de manera pública. Hay
públicos que forman conjuntos concretos, como los profesionales (por ejemplo,
el alumnado de una clase), y otros, difusos, a los que puede pertenecer
cualquiera que asista o se conecte. Esta es una escala que ha permanecido
durante décadas estable. Lo privado convertido en público formaba parte de un
código, porque el comercio con la intimidad poseía denominaciones peyorativas
concretas para cada caso. De ahí que, a diferencia de la dimensión externa de
la oposición público-privado, la íntima carecía de interés hasta hace bien
poco. Pero la irrupción de las redes sociales —Facebook (2004), Twitter (2006),
Instagram (2010), Onlyfans (2016), Tik Tok (2016)— ha transformado radicalmente
la oposición, anulándola. En el ámbito digital lo privado ha dejado de ser un
concepto admitido. Toda biografía (la personal, de pareja, familiar, amistosa)
es, por sí misma, pública. Lo privado parece relegado a una opción militante y negacionista de la época.
Pero no escribo, como hacía Tournier,
un ensayo divulgativo, sino un diario. Y este recorrido que he realizado desde
su lectura, pasando por la sociología impresionista, ha de tener como fin
cuestionarme la razón por las que escribo estas páginas privadas con la
finalidad de que algún día sean públicas. Me pongo a ello.
Los géneros literarios memorísticos
nunca se han contado entre los que comercian con la intimidad. Tengo la
impresión de que se agrupan entre aquellos con público profesional, en los que
una intimidad diluida forma parte de la dinámica ordinaria. Pondré un ejemplo:
si durante una clase el profesorado menciona alguna anécdota personal, o
responde en ocasiones a las inquietudes del alumnado («¿Tiene hijos, profe?»),
esas desviaciones de lo privado hacia lo público contribuyen a establecer
vínculos entre personas que comparten una esfera. Algo así ocurre también con
los lectores, con quienes el escritor de memorias o de diarios comparte una
intimidad moldeada por la escritura que raras veces trasciende las fronteras
del hecho lector, creando así una esfera allí donde no existe, entre dos
desconocidos, el autor y el lector, que, de repente, dejan de serlo en el
ámbito simbólico.
Aun así, no deja de intrigarme el hecho
de que nunca hubiera querido escribir un diario convencional, cronológico, y
ahora ande ya por su segundo volumen, este, una vez publicado el primero. La
justificación de Dedos de leñador (días
de 2019), y realmente el motor de su escritura, fue el hecho de verme en mi
último curso completo como profesor y ser consciente de que jamás había escrito
sobre este asunto. Aun ahí aparece una sombra de duda: ¿y por qué creía necesario
hablar de ello?
También lo público y lo privado
constituyen un paradigma literario. Y especialmente en la poesía. El término
implícito en este género, la lírica,
contiene una oposición como significado. Según el diccionario de la RAE, lírico
es el «Género literario, generalmente en verso, que trata de comunicar mediante el ritmo e imágenes
los sentimientos o emociones íntimas
del autor». Comunicar (en concreto:
recitar o publicar) e intimidades son
evidentes opuestos.
Las vanguardias literarias, en especial
aquellas que ahondaron en las cualidades existenciales del ser humano, como los
heterónimos de Fernando Pessoa, los apócrifos de Antonio Machado o los
correlatos objetivos de T. S. Eliot, desvincularon el yo del ámbito íntimo del
poeta. Cuando Pessoa escribe «pero, si pedí amor, ¿por qué me trajeron / callos
a la manera de Oporto fríos?» y atribuye estos versos a Álvaro de Campos, lo
que hace es desplazar un fracaso amoroso desde su propia intimidad a la del
poema, cuyo vínculo lírico se
establece ahora el nombre del heterónimo, es decir, con un ente literario. La
intimidad de la poesía del siglo XX, a diferencia del Romanticismo
decimonónico, reside dentro de las fronteras textuales de la obra.
Con esta concepción literaria he
escrito todos los libros que he publicado. También la mayoría de libros que he
leído. Ante cualquier dato personal que descubra entre los versos, no se me
ocurre darle valor en relación al poeta, sino exclusivamente en relación a la
subjetividad creada por el texto.
Han pasado cien años desde entonces. Y
hasta yo mismo, fiel intérprete de la subjetividad impostada, empiezo a dudar
de su validez. De hecho, de eso exactamente se trata: de dar validez a lo leído. En el sistema inaugurado por las vanguardias
existencialistas la autenticidad de la experiencia lírica no procedía de su
vínculo con un yo biográfico, como había ocurrido en el Romanticismo, sino con
un yo literario, sea Álvaro de Campos, un correlato objetivo, o la subjetividad
autónoma presente en cualquier buen poema. Un siglo —con frecuencia basta un
par de décadas— es tiempo suficiente para erosionar una idea literaria. Tengo
la impresión de que los lectores han empezado a descreer de la propia escritura
como autentificadora de valores literarios. O dicho de otra manera, han vuelto
a creer en la existencia de un yo biográfico que dé valor a lo escrito. Nunca
más regresará el yo Romántico, por más que se le añore, pero ha vuelto sin duda
a la literatura, también a la poesía, su funcionalidad. Un yo testimonial, pero
solo en función externa, de notario, que el lector exige (y acaso también el
autor necesite) para (paradójicamente) certificar el valor literario de lo que
lee.
Desacreditadas las ideas estéticas,
devaluados los movimientos, decepcionados receptores y emisores de la intimidad
imaginaria, surge la necesidad de establecer nuevos parámetros de lo que es y
no es arte literario. La punta del iceberg de esta nueva modulación se encuentra
en el auge de la escritura hiperbiográfica, en ocasiones denominada autoficción, que conquista con tanta
facilidad a los lectores de novelas y da alas a los nuevos poetas. No es más
que un síntoma de la efervescencia que late en lo más profundo de la
literatura, la liquidación de valores y la ausencia de recambios. De modo que,
mientras tanto, regresa una suerte de pararromanticismo que sume la literatura
contemporánea en la más honda —y atroz— de las paradojas: solo la biografía
real de un autor es capaz de dar autenticidad a su imaginación.
Como estoy escribiendo un diario, no un
ensayo, la deriva a la que me ha conducido la reflexión a partir del libro de
Tournier, en realidad, no importa demasiado. Aunque creo que me ha servido para
comprender por qué escribo este libro. Yo mismo, tras cuatro décadas de
escritura constante, me he visto obligado a escribir bajo la subjetividad de mi
propio yo biográfico —las páginas de este libro son su ejemplo— para que la
prosa que hacía tuviera un significado para mí. Porque escribir ahora mismo una
novela con su intimidad elucubrada en la propia mecánica de la escritura es lo
que menos me apetece hacer. Incluso menos que volver a dar clase. Cómo será de
profunda la mudanza de hábitos literarios que no me ha importado ir en contra
de lo que había pensado y defendido desde
siempre.
Michel Tournier acaba cada una de sus oposiciones con una cita. Espléndidas, la mayoría. Me he puesto las pilas y he encontrado una adecuada a mis reflexiones tournerianas: «No hay vida privada que no esté condicionada por el contexto más amplio de una vida pública», George Eliot. Tenía otra para elegir, que me gustaba más porque acaba donde me había llevado a mí la reflexión, en la desaparición de la incompatibilidad entre lo privado y lo público: «Sé muy bien que en la infancia de cada persona hubo un jardín, / particular o público, o del vecino. / Sé muy bien que jugar era su dueño. / Y que la tristeza lo es de hoy», Álvaro de Campos. Me doy cuenta, sin embargo, de que el curso de los pensamientos me ha conducido a un lugar que no está en la cita de Eliot ni en la de Pessoa, porque la oposición se ha transformado en «Yo y el otro», y su única cita válida sigue siendo la que escribió en una carta un adolescente visionario: «Je est un autre», Arthur Rimbaud.
[Clarín nº 157. Enero-febrero, 2022]