Un amigo, neófito en estos asuntos, me
cuenta que su libro se publica a principios de septiembre y me pregunta si es
una buena fecha. La verdad, le digo, no es tan mala como parece. El primer
editor al que se le ocurrió presentar novedades el día uno de septiembre fue Jorge
Herralde. La campaña de otoño es la que mira hacia Navidad. El grueso de los
libros aparece a partir de la segunda quincena de octubre. Hasta entonces las
mesas de novedades perpetúan la disposición que tuvieron durante el verano.
Aunque tal vez el hueco que vio era otro: todo un mes de septiembre de
suplementos literarios sin un título que llevar al papel. De los libros que
Anagrama publicaba en septiembre el dossier de prensa necesitaba dos o tres
carpetas. En aquel momento, le digo, también había espacio para libros como el
tuyo en los periódicos, pero ahora, me parece que da igual cuándo se edite para
que nadie le haga caso.
Hoy
creo que salen novedades en septiembre como en cualquier mes, pero quizá algo
menos, lo que le proporciona a tu libro, le digo a mi amigo inquieto, la
posibilidad de un espacio en las mesas de las librerías. Si se edita al
principio, mejor, porque a partir de octubre llega la avalancha de los grandes
sellos y ya no dejan respirar a nadie. Este es tu momento: el mes de
septiembre. Y el hecho fortuito de que los lectores hayan agotado el acopio de
libros que hicieron en junio o, por el contrario, no hayan agotado en
vacaciones su cuenta corriente. Luego, en octubre, tu libro se devolverá o, en
el mejor de los casos, se arrinconará en un estante.
¿Y
tú crees que venderé muchos ejemplares?, me pregunta desde la más profunda
ingenuidad. «Muchos» es una palabra complicada. Por el editor donde aparece y
por su género, es difícil que a una librería lleguen más de tres ejemplares. A
las contadas librerías a las que llegue, claro, porque la distribución es un
laberinto invadido por una tiniebla perpetua. Así que, como mucho, y con
suerte, podrás vender tres ejemplares por librería. Y casi mejor que no los
vendas pronto, o tu libro habrá desaparecido para siempre de las mesas donde al
menos puede verse. ¿No los repondrán?, insiste, utópico. Si el editor está al
tanto, puede. Pero el librero solo sabrá que se ha vendido semanas después, justo
cuando ande como loco introduciendo las novedades de los grandes. No se le
pueden pedir peras al olmo, pese a que con su altura y frondosidad daría unas
cosechas inmensas. Pero…
Veo
languidecer a mi amigo ante las perspectivas nefastas que le acabo de pintar y
busco entre mis referencias últimas algo que en el mundo haya crecido. Por compensar. Y lo descubro. Cambio de tema y le cuento que
en la Vanguardia del domingo leí un reportaje muy interesante sobre las
garrapatas, cuyas picaduras, que a veces se pueden complicar, se han
multiplicado desde hace un tiempo. Su ciclo era el del calor, de junio a
septiembre, pero con la extensión del período cálido ahora no solo proliferan
más, sino también se reproducen durante más tiempo, desde marzo a noviembre. Este
es el mundo que se construye a nuestro alrededor, los libros menguan su
presencia y las garrapatas la aumentan.