Estoy de acuerdo en que la
función esencial de la escritura es su posterior lectura. No estoy seguro, sin
embargo, de que lo más importante para la vida de un libro sea el hecho de que
tenga o haya tenido «lectores». Nunca he descubierto ningún interés en este
concepto. Primero porque se suele confundir la figura del lector con la del
comprador de libros. Recuerdo que a principios de los años 80 un ensayista
alemán, que tuvo éxito con uno de sus libros, se pagó una encuesta para saber
con exactitud qué tanto por ciento de compradores habían leído el libro. El
resultado se me quedó grabado como una cita: un 20%. Como buen aficionado a las librerías de viejo,
por otra parte, he visto tantos libros con el punto en la página veinte,
corroborado por las arrugas del lomo. En segundo lugar, porque es imposible
resumir lecturas y lectores en un único significado. Nada hay a veces más
heterogéneo que dos lecturas de un mismo libro, aunque ningún crítico se dé por
aludido. Ayer, por casualidad, vi una entretenida comedia romántica
norteamericana, en el canal Sundance, protagonizada por un novelista. Me gusta
ver películas con escritores, porque no hay otro subgénero que presente mayores
dosis de ficción. Su título: «5 to
7», dirigida en 2015 por Victor Levin. Una típica comedia romántica, con drama y
moraleja final. Y delicioso guion, eso sí. Pero lo mejor aguardaba en la última
frase, pronunciada por una voz fuera de la pantalla (detesto los narradores en
cine, aunque en este caso tuve que cambiar de opinión), que decía algo así
como: «...puedes estar seguro de que la novela que acabas de leer fue escrita
para un único lector», afirmación que documentaba perfectamente la película. Y
de repente, este concepto sí lo entendí. Quien más se preocupó por estas
cuestiones fue el poeta estadounidense Wallace Stevens (1879-1955): qué hace
genial al artista, qué caminos conducen al éxito y qué relación mantener con la
sociedad. Para formarse una idea de estos asuntos acumuló citas sobre el asunto
en un cuaderno que se ha conservado y publicado: Sur plusieurs beaux sujects (1998). En una de estas citas anotadas,
extraída de la reseña de un libro de jardinería (dudo que exista una fuente
filosófica más peculiar), se lee: «El arte de la vida… consiste ante todo en la
creación de un entorno en el que uno disfrute de cierta importancia». Una idea a
la que la época actual le ha dado la vuelta imponiendo que «hay que ser muy
importante para una multitud de desconocidos». Y he aquí el principio de la
desesperada soledad y acomplejamiento de tantas personas que con mucho menos
podrían ser felices.