Los haikus seducen, tal vez, porque se descubre en ellos una manera de significar que abandonamos muy pronto. Encuentran los haikus la complejidad del conocimiento en el instante, mientras occidente lo ha buscado siempre en las ideas. Le hicimos caso a Parménides, aunque admirásemos más a Heráclito, sin comprenderlo. El poema del río que es un universo diferente cada vez que fluye con la corriente. Lo que nunca supimos concretar nos lo han enseñado los japoneses. A los japoneses se lo enseñaron los chinos.
Me gustaría comentar uno de los haikus de la segunda decena de la Centena de un Poeta, porque es una ironía sobre la adolescencia en mi generación. El que dice «Las ropas rezan. / Poética del biombo. / Mira el oído».
Contiene dos observaciones concretas y una abstracta. Hoy los biombos han perdido el uso, pero en mi niñez recuerdo que era un mobiliario corriente. Detrás de los biombos, las personas se desnudaban. De esa acción solo se percibía un murmullo al trajinar con la ropa, como si rezaran las prendas en voz baja. Ese sonido era toda una poética, es decir, una manera de comprender una realidad en la que los ojos tenían prohibido ver. No se podía mirar lo que había detrás del biombo, pero bastaba con oírlo para imaginar lo vedado. No hay en las palabras del haiku contexto personal (la adolescencia), ni contexto sociológico (el pudor), ni contexto político (la estrechez moral), tampoco proceso conceptual (el deseo), ni reflexión (el paso del tiempo), y sin embargo todo ello debería hacerse presente en el instante de leer las diecisiete sílabas. Igual que cuando se dispara un flash ante una escena sin luz, durante un instante se puede ver lo que la oscuridad oculta. No es posible contemplar la escena, como ocurre con las ideas expuestas en los poemas, sino solo entrever una imagen, el haiku.
Es conveniente en los haikus, además de significar lo complejo de modo instantáneo, hacerlo también de manera difusa. Lo que en cine se consigue desenfocando la imagen (técnica del flou), en poesía se logra difuminádolo con la ambigüedad, bien a través de palabras polisémicas, bien mediante la confluencia de interpretaciones. En el haiku número 17 de la Centena la ambigüedad posee un carácter sintáctico. «El oído» puede ser tanto objeto directo —interpretación literal con el verbo mirar: alguien mira el oído que está oyendo, sin que se sepa quién—, como sujeto —interpretación sinestésica, es decir, es el oído quien mira—. Esta ambigüedad sintáctica acentúa, por otra parte, la cualidad borrosa que ya de por sí tiene la sinestesia.
Este haiku, por otra parte, está escrito a partir del poema 17 de la Centena de cien poetas (1237) de Fujiwara no Teika. En la versión de Aurelio Asiain que sigo (Veracruz, 2015), el poema de Ariwara no Narihira (825-880) dice: «No se oyó nunca / ni en la edad de los dioses: / debajo del agua, / corre el río Tatsuta / teñido de escarlata». Es un hermoso poema sobre el otoño, el río baja tan cubierto de la hojarasca rojiza caída de los árboles que oculta sus aguas. Según cuenta Asiain, en la época en la que fue compuesto se introdujeron los biombos en la corte imperial, y este poema era propicio para ser «inscrito en un biombo para acompañar cierta escena, a la que se refiere o de la que parte». A partir de este hecho, el haiku escrito para mi Centena de un poeta no se inspira en el contenido otoñal del haiku clásico, sino en la idea de ilustrar un biombo. La introspección me conduce por los laberintos de la memoria hacia algunos biombos de mi adolescencia y lo que me sugerían entonces, y con esta evocación escribo las diecisiete sílabas.
Es conveniente en los haikus, además de significar lo complejo de modo instantáneo, hacerlo también de manera difusa. Lo que en cine se consigue desenfocando la imagen (técnica del flou), en poesía se logra difuminádolo con la ambigüedad, bien a través de palabras polisémicas, bien mediante la confluencia de interpretaciones. En el haiku número 17 de la Centena la ambigüedad posee un carácter sintáctico. «El oído» puede ser tanto objeto directo —interpretación literal con el verbo mirar: alguien mira el oído que está oyendo, sin que se sepa quién—, como sujeto —interpretación sinestésica, es decir, es el oído quien mira—. Esta ambigüedad sintáctica acentúa, por otra parte, la cualidad borrosa que ya de por sí tiene la sinestesia.
Este haiku, por otra parte, está escrito a partir del poema 17 de la Centena de cien poetas (1237) de Fujiwara no Teika. En la versión de Aurelio Asiain que sigo (Veracruz, 2015), el poema de Ariwara no Narihira (825-880) dice: «No se oyó nunca / ni en la edad de los dioses: / debajo del agua, / corre el río Tatsuta / teñido de escarlata». Es un hermoso poema sobre el otoño, el río baja tan cubierto de la hojarasca rojiza caída de los árboles que oculta sus aguas. Según cuenta Asiain, en la época en la que fue compuesto se introdujeron los biombos en la corte imperial, y este poema era propicio para ser «inscrito en un biombo para acompañar cierta escena, a la que se refiere o de la que parte». A partir de este hecho, el haiku escrito para mi Centena de un poeta no se inspira en el contenido otoñal del haiku clásico, sino en la idea de ilustrar un biombo. La introspección me conduce por los laberintos de la memoria hacia algunos biombos de mi adolescencia y lo que me sugerían entonces, y con esta evocación escribo las diecisiete sílabas.