Un sábado de finales de octubre
de 2007, caminando por la calle Aviñón, un amigo —entonces, cuando aún era
poeta, no ahora, que ya es novelista de éxito y expoeta— me explicó lo que era
un «blog», palabra que yo había oído
por ahí sin saber aún a qué se refería exactamente. «Es algo donde puedes
hacerte publicidad», me dijo, más o menos con estas palabras. «¿Pero también se
puede publicar un poema?», quise saber, aún desconcertado. «Claro, lo que
quieras, pero no te pagan». «¿Y es difícil hacerlo?», seguí con mi
interrogatorio. «¡Qué va, hasta un tonto lo puede manejar!». Aunque parezca
mentira, el aprecio que —entonces— le tenía a mi examigo hizo que el
entreverado insulto que me dedicó me pasara inadvertido. Es más, que me
insuflara voluntad de probarlo. A principios de noviembre abrí mi primer blog. Que era El Visir, pero todavía no se llamaba así.
Desde
el inicio tomé dos decisiones, digamos, estructurales, que se han mantenido
hasta hoy. La primera: cada mes publicaría el mismo número de entradas, para ni
excederme ni dejarlo morir de inanición verbal. Y segunda: escribiría solo
textos de cien palabras. La razón era obvia: así lo pensado para que el blog no interferiría ni con los relatos
y novelas a los que en esa época me dedicaba, ni tampoco (ya lo había pensado
mejor) quería que se mezclara con los poemas. El blog era otra cosa. De esta condición extraje el nombre: Todo a cien. Con el que funcionó aquel
lejano mes de noviembre de 2007. La primera entrada fue una poética. Empecé a
contar hasta cien, con números, pero no llegué a escribir el número cien. En diciembre ya me había cansado
del título, que solo era un mero chiste. Entré audazmente en la configuración
de mi blog y le puse otro nombre: El Visir de Abisinia, como la primera
novela que había publicado. Desde entonces hasta hoy, el blog ha recorrido ciento noventa y nueve meses. Junio del 24 será
el mes doscientos de vida. Hoy, uno de junio, se publica el texto número dos
mil. De hecho, las palabras del blog
deberían ser doscientas mil, pero son algunos cientos más, porque durante años
publiqué dípticos y trípticos, siempre en bloques separados de cien palabras. Y
toda esta matemática, ¿para qué? Pues, puro entretenimiento de matar moscas con el rabo.
Una tercera decisión, digamos, programática, fue organizar los textos por géneros; lo que, en realidad, era una reivindicación de la lectura en el ámbito de su género literario. En aquella época me asustaba ver que editoriales y librerías preferían potenciar la idea de Autor, en lugar de la de género. Pensaba que eso empobrecía la literatura, porque quien busca a un Autor, solo sale de la librería con un libro bajo el brazo que ya sabe cuál es antes de entrar. Sin embargo, quien busca un género literario, revisa los estantes y las mesas, y suele encontrar un libro imprevisto que descubrir. Establecí catorce géneros, que se han mantenido hasta hoy. Durante años las entradas eran individuales, pero desde más o menos la mitad de su recorrido hacia el presente, ya solo escribo seriaciones de textos, que en general ocupan un mes en completarse. La más extensa será «Cuentos del hada jubilada», que culminará sus nueve temporadas y 99 episodios en septiembre de este año. Será un velado homenaje al primer texto del blog, su poética.