Ayer,
en la tertulia galáctica —es decir, por Zoom—, el capitán del equipo nos
propone la lectura de unos poemas de Basilio Sánchez (1958) que la revista El
Ciervo acaba de publicar. La tesis inicial de la discusión es que sus
poemas «suenan bien, pero no dicen nada». Nuestros puntos de partida,
compruebo, tienen un aire profundamente democrático: si se hiciera una
encuesta, más de la mitad de la población lectora atribuiría el dictamen a
todos los poemas existentes, escritos en cualquier época. El curso del debate,
sin embargo, me conduce a dos cuestiones en absoluto triviales, pese a las
alturas del milenio en el que nos encontramos. Primera, ¿cómo significa la
poesía?; segunda, ¿el significado de la poesía refleja pensamiento?
El primer poema que se comenta carece
de título. Su estrofa inicial centra ya la discusión: «La luz del mediodía, /
como un pájaro ciego, / se sostiene en lo más alto del aire. / Las raíces del
mosto sacan agua / de las profundidades de la tierra». Dos cuestiones saltan a
la vista. ¿Por qué es ciego el pájaro? Y ¿el mosto tiene
raíces? Esta segunda pregunta la plantea uno de los poetas que
asisten a la tertulia. Con el calificativo de poeta simplemente
indico que ha publicado libros de poesía. Su argumento es el siguiente: «Hay una
evidente aberración en el significado del poema, porque el mosto es
el zumo de la uva que va a ser vino, y eso no puede tener raíces, lo que tiene
raíces es la cepa». El razonamiento no es baladí. Es exactamente lo que se
exige al significado de las palabras cuando se escribe en prosa. Si se tratara
de un artículo de prensa, un ensayo académico, un panfleto de divulgación de la
viticultura o incluso una novela convencional, la objeción sería pertinente.
Este nivel literal de la significación puede calificarse, de manera genérica,
como propio de la prosa. Resulta obvio que Basilio Sánchez no ha
querido significar de esta manera, aunque esta apreciación resulta menos
relevante que el hecho de que un poeta haya realizado una lectura prosaica del
verso. Incluso tan prosaica, de lo que se deriva que no solo
en el siglo XIX han existido poetas que pensaban en prosa. Del prosaísmo, como
de otros ismos, no suele impactar el contenido ideológico, sino el
proselitismo de su militancia.
La estrofa leída traza las dimensiones
de aquello de lo que se va a hablar, desde lo alto de la atmósfera hasta las
profundidades de la tierra. Aquí, la lógica de la prosa exigiría una secuencia
que implique, por este orden, raíces-cepa-uvas-mosto-vino, pero
la poesía tiene otro modo de significar, en el que lo significativo es
precisamente la alteración de la secuencia, que establecida como raíces -mosto
despierta el uso metafórico del lenguaje, es decir, el hecho de que signifique
por ausencia del significante: raíces oculta cepa y mosto remite a vino. Se
podría decir que es una manera de expresarse a través de lo evocado en lugar de
mediante lo implicado, es decir, una forma simbólica. Otro miembro del grupo
aduce para la incógnita del pájaro ciego el uso de la
hipálage, un recurso mediante el cual se altera la lógica de la atribución de
cualidades, de modo que la ceguera no sería la del pájaro, sino la de la luz de
un sol cegador. Las figuras expresivas no son más que una
codificación de la escritura simbólica de la poesía. Atendiendo a los cinco
versos iniciales, las dimensiones del teatro del poema se establecen mediante
unas coordenadas lógicas —altura y profundidad, aire y agua—, y otras
simbólicas —ciego y mosto, como atributos
de pájaro y raíces—. Ambos símbolos poseen una
filiación antiquísima como miembros de una deidad tripartita. El pájaro
representa el espíritu y el vino a diario es desvelado por
miles de oficiantes como Sangre de Cristo. Ahora bien, el pájaro
está ciego y el vino es aún mosto, indigno del
sacrificio. Dos partes incompletas que anulan, por extensión, la
tercera. Es decir, las dimensiones del poema excluyen a Dios del marco que está
trazando, que es el de la vida. La tercera estrofa del poema lo certifica:
«Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que
permanece en ellas».
El mundo es el que está formado por
las cosas, por la materia, aunque en ellas se incluya «lo sagrado».
Un mundo sin teología, pero con teleología. El Dios desaparecido permanece sin
embargo en los fines altruistas que alberga la materia. La segunda estrofa
explicita esta transición: «Hay un hermanamiento, / una especie de familiaridad
entre las coas / que conforman el mundo, / como si cada una cuidara de la otra,
/ como si la alegría en la que viven inmersas / fuera un logro de todas, / la
conquista de una comunidad». La terminología de esta estrofa es diáfana — hermanamiento,
familiaridad, cuidar, alegría, comunidad— en su alusión directa al
pensamiento cristiano, ahora ya sin Trinidad, sin Dios, pero con idénticos
propósitos finales.
Los dos últimos versos concluyen el
pensamiento implícito en el poema con una rotunda afirmación de carácter
epistemológico: «La mañana está en deuda con la cosecha de las flores. / El que
entiende de pájaros entiende de narcisos». Es decir, el conocimiento está
circunscrito en exclusiva al mundo de las cosas. Esta afirmación
concentra el pensamiento contenido en el poema. Sus versos son la expresión de
una concepción de la vida cuya idea trascendente, que persiste, ya no depende
del más allá, sino de la propia finalidad con la que se
comprende el mundo. Es una concepción que recuerda la metáfora kantiana de la
isla. Sus habitantes, desconocedores de cuanto exista más allá del horizonte
marino que sus ojos alcancen a ver, deben centrarse en el conocimiento y en el
reconocimiento de cuanto se encuentra dentro de la isla, sin
que importe lo que exista o no exista en el más allá.
Ciertamente los poemas son capaces de transportar en sus versos pensamiento, a veces de una gran densidad, como este texto de Basilio Sánchez. Es posible que nada en él descubra matices innovadores en el ámbito de la filosofía, aunque también es posible que muestre maneras de pensar que, al persistir, resulten significativas. Este regreso de un poeta al punto y aparte en la concepción de lo divino que estableció Kant tal vez lleve implícito, antes que una negación teológica, una refutación en toda regla del pensamiento materialista y existencialista que se desencadenó a continuación, cuya obsesión por la muerte borró cualquier atención por los seres y sus vidas. A nadie le extrañe que este sea el significado simbólico oculto del poema: una afirmación no de la materia por sí misma, sino por la eternidad de la vida —a través de cosas de las que entendemos— que permanece en la vida.