Las sombras juegan sobre la arena
con los transeúntes. Prefiero mirarlas que levantar la vista hacia los dueños.
Me he sentado, tal como hago cada día, en un banco del parque. Frente a un
tilo. Me gusta la falta de carácter de los tilos. También los pájaros los
prefieren. Tienen conversación. No como los cipreses que hay un poco más allá,
que solo saben hablar de sí mismos. O los plátanos, tan exagerados en sus
apreciaciones. El jardín es como una escalera de vecinos. Casi no me trato con
ninguno de los míos. Mi bloque parece un bosque de abedules, hay que mirar
hacia arriba para relacionarse con ellos. Me inclino mejor hacia las sombras.
Nunca se empeñan en mantener sus ideas durante mucho tiempo. Y, otra gran
virtud suya, no siempre conocida, permiten ver lo que hay detrás de una sin
necesidad de que me dé la vuelta.
Es
lo que hago cuando me siento cada mañana soleada en el banco del
parque urbano, curiosear lo que queda detrás de mí sin que nadie vea que me gire.
En cierta ocasión, yendo de excursión con el colegio, encontramos un monasterio
perdido en las montañas. No sé si estaba ya en ruinas, pero me sedujo su
abandono. Un pastor guardaba por las noches su rebaño en la nave central. En
las capillas había construido abrevaderos rudimentarios, con unos ladrillos mal
puestos y cemento rasposo. El suelo estaba cubierto por una alfombra de heces
ovinas. Entristecía observar las columnas, los arcos, las bóvedas tan bien
trazadas en lo alto, para un servicio, en la tierra, tan humilde. Por no
deprimirme me concentré en la piedra. En los muros, tan antiguos, los sillares
preservaban una geometría impecable. El color mantenía su orgullo. Extendí la mano
por la superficie y pude sentir la suavidad que imaginaba en los cuerpos cuando
se entregan. La roca salvaje permanecía intacta en el interior del perfecto
prisma rectangular que la contenía. Entendí el símbolo. La vida es como aquel
monasterio. Un aprisco para quien la vive, un sillar para quien la contempla.
Hubo
un tiempo, lo compruebo en las sombras que vigilo constantemente, en el que
vivía con los demás. Entraba y salía, por los portones de madera con los bajos
podridos por la humedad, en tropel. A un silbido que lo indicara. Fue cuando me
enamoré. ¿Quién nos manda enamorarnos? Es una buena pregunta. El pastor aguarda
cada año la llegada de tantos corderos como ovejas apacienta. Tal vez tenga algo que ver con aquello que sentí hace tiempo. No era un carnero, hay que
especificarlo porque las metáforas las carga el diablo. Era un hombre, claro. Y
vino solo, sin pastor. De ahí que siga preguntándome quién era el autor del
episodio. Se sentó a mi lado. Me dio conversación. Me invitó a una fiesta. Acercó
sus labios a los míos. No sé cuándo ni cómo me retiró la posibilidad de
utilizar el adverbio «no» en mis opciones, pero así fue. Luego se largó sin decir
esta boca es mía.
Ahora
prefiero que me gusten las sombras. También las masculinas. Las distingo
enseguida, y no solo por los pantalones. Hay algo en la manera de caminar, un
ir seguro a ninguna parte, que resulta inconfundible. No he dejado de sentirme
atraída por ellas, sus sombras. Un aplomo en los movimientos como el que debió
de tener Heráclito cuando se plantó en mitad del templo de Artemisa para llamar
ignorantes a los efesios. Siempre me he sentido fan de Artemisa. Por eso, en
aquella excursión de montaña, me aventuré a entrar sola en el viejo monasterio,
a escondidas de las monitoras del grupo, mientras mis compañeras comían en el
pinar. Me encandila la vida que hay encerrada dentro de las piedras. Y aunque
ya no soy doncella, perdí entonces la potestad de defenderlo, mantengo la fe en
la virginidad amorosa aún en la entrega. Porque por mucho que una se bañe en el
río, el río no está nunca donde el agua fluye, como creen las ovejas. Todo
enamoramiento no es más que un mero espejismo. La vida que permanece aún en las
ruinas se ha construido con sillares en los muros y dovelas en los arcos de
medio punto. Suaves al tacto, dulces a la vista, pero impenetrables. La belleza
de ser de triste piedra.
[Cuaderno de ficciones, página 15]