Tal vez sea una de las plazas más
recientes de la ciudad —inaugurada el 18 de enero de 2020—, aunque ocupa uno de
sus rincones más antiguos. Le da nombre una masía del siglo XVIII, y acoge
tanto su fábrica señorial y segura de sí misma, hoy modélicamente restaurada,
como una tímida capilla, Santa Eulalia de Vilapiscina, de la misma época,
aunque construida sobre restos de una casa romana. La nueva plaza articula
ambos espacios, el más amplio de la obra civil, el más íntimo y casi rural —una
breve cuesta flanqueada por cipreses— de la construcción religiosa. Un puente
une ambos edificios, desde la planta noble de la gran masía hasta el balcón
posterior de la iglesuela. Una metáfora sobre la función social de lo
espiritual petrificada y revestida de inocentes esgrafiados.
Es
posible que pasara muchas veces, de joven, por delante, pero me veo obligado a
fiar mi memoria a las fotografías de la época. A mis veinte años, la masía era
un edificio triste y deslucido. El tiempo había convertido la antigua
decoración en manchas y desconchados, y los regios ventanales padecían
contraventanas de bloque suburbial de pisos. La anchura que hoy ocupa la plaza
era entonces, claro, un descampado que los vecinos aprovechaban para aparcar, y
entre turismos y furgonetas, un feriante había engastado un tiovivo y otro una
churrería. El rojo chillón con el que estaban pintados era lo que le daba
carácter al lugar. Si pasé de niño por la zona, seguro que estiré del brazo a
mi madre para que me permitiera subir al camión de bomberos, mi circulante
favorito en el carrusel.
La masía de Can Basté es ahora un centro cívico municipal. Tiene dos salas de exposición, una ocupa la espaciosa nave del subsuelo y la otra, la buhardilla. Ambas se dedican a la fotografía. Hay también un laboratorio y un aula donde se imparten cursillos. De vez en cuando me paso por Can Basté para ver las exposiciones, voy en metro, me bajo en Virrey Amat, y regreso caminando por la calle Amílcar. Hace unos días recuerdo haber subrayado en un ensayo sobre fotografía de Enrique Lista una frase que quiero mencionar ahora sobre «la capacidad de la fotografía… como un cauce para la circulación de significados», es decir, «una excusa argumental para el relato». Sin las fotografías antiguas de Can Basté no podría haber recordado lo que no me detuve a mirar por parecerme entonces obvio, como todo lo cotidiano. Pero también, en las fotografías que veo expuestas en ambas salas, me detengo a construir el relato de una mirada que no ha sido la mía, en absoluto, hasta que mis ojos no encuadran su encuadre. Can Basté, el descampado que se transforma en plaza: un cauce hacia los significados de la ciudad actual, aunque no consigo dejar de preguntarme qué se habrá perdido en la época las restauraciones del relato del deterioro, las ferias y la desmemoria.