Recorro
la ciudad antigua con un amigo que la visita. Hago lo que hace tiempo que no
hacía: contemplarla. Entramos en iglesias, atravesamos calles y plazas, nos
detenemos ante edificios con alguna gracia, pero sin exceso de fama. Lo que
encuentro, sobre todo, son vallas. De obras, de prohibición de acceso, publicitarias,
en las plazas, en las iglesias (que ahora, descubro, son de pago), no sé, vallas
por todas partes. Incluso nos acodamos en alguna para ver de lejos lo que
veníamos a comprender de cerca. Las vallas me recuerdan las líneas en los
viejos cuadernos de ortografía: también estaba prohibido saltárselas. La
ciudad, cada vez más, parece la caligrafía de un médico, entre barrotes.
[Libro V, Epigrama VI]