Uno de los mitos del arte conceptual más consolidados es aquel que repite una imagen con el mismo trazo de modo que en cada ocasión se perciba al mismo tiempo idéntica y diferente a las otras. Me gustaría llamarle tópico, en el sentido clásico de núcleo de pensamiento, pero hoy se entendería mal esta palabra. Y le denomino mito, que tiene mejor prensa, porque incluso ha llegado a la literatura y al cine (Smoke, 1995, película de Wayne Wang con guion de Paul Auster). Y de ahí a reproducirse en la vida hay solo un paso.
Durante décadas, por motivos familiares, el primero de noviembre he visitado un mismo cementerio. Podría haberme hecho cada año un autorretrato y tendría un proyecto fotográfico, en su lugar lo único que poseo de ese mito conceptual es la memoria. Imprecisa y tramposa, sí; pero en un aspecto implacable. A la visita acudía, desde el principio, vestido con abrigo y bufanda. Alguno de estos últimos años me he visto a mí mismo en manga corta por el paseo que cada año realizo entre paredes de nichos para leer nombres.
El otoño se desdibuja. Y cuando aparece ya es invierno. Estos días en los que cambio de golpe la ligera chaqueta de punto por el grueso abrigo, lo echo de menos. El paseo otoñal posee la cualidad singular de modificar el sonido de los pasos. El chasquido seco del calzado contra el suelo se convierte en un susurro que cruje como una conversación oculta. La dureza de la calzada se transforma en suavidades. Los pasos, en casi vuelo. En la ciudad parece una experiencia menos frecuente, aunque esta temporada el Ayuntamiento ha ahorrado en salarios y carga a los trabajadores con zonas urbanas tan amplias que no consiguen alcanzar nunca los extremos del territorio que deben limpiar. Como la ciudad está distribuida en distritos, y vivo en una de esas fronteras fantasmas, entre uno y otro, una de las aceras de mi calle suele estar siempre limpia (es donde empieza la limpieza) mientras la otra desaparece bajo un mar de hojas (aquí debería terminar la jornada, pero no siempre lo previsto se cumple) que es por donde prefiero pasear. Resulta más otoñal el paseo. Incluso he desarrollado una forma de medir cuánto tiempo ha estado la calle sin ser barrida: si veo las hojas de plátano enteras es que son fruto de un viento reciente, pero si están cuarteadas en pedazos, es que la calle lleva algún día sin servicio. Y si aparecen las hojas troceadas en pedacitos mínimos es que ha pasado una semana sin que nadie los limpiara. El caminar por la ciudad suele presentar solo alicientes triviales, pero lamento haber descuidado el hacerle una foto diaria a mi paseo. Tendría ahora un proyecto conceptual contemporáneo en lugar de una decimonónica entrada de diario.