Las reuniones son peligrosas, en general. Las reuniones de consejo de administración son especialmente peligrosas. Forma parte de la tragedia de los nuevos tiempos. Antes, este aspecto se resolvía mejor. Los responsables de cualquier empresa se reunirían para no cambiar nada. La reunión en sí misma justificaba la dedicación a la compañía. La reunión era una forma de empujar un coche que carecía de ruedas. El no avanzar aseguraba el funcionamiento del motor, que era lo importante. Algo que, por desgracia, desapareció con los tiempos benévolos. Ahora ocurre lo contrario. La reunión tiene que cambiar todo para justificar que se ha realizado con diligencia. La mayor parte de lo que se modifica no necesita ninguna modificación, y a menudo una reunión sustituye A por B, y luego, en otra, B por A. Para que la modificación sea computada como tal necesita la existencia de personal afectado. Por ejemplo, todos los que trabajan en la primera planta, que ocupen la segunda. Y al revés. Estas son las modificaciones que más gustan. Es como empujar a cuatro personas sentadas en sendas sillas desde la explanada hacia la autopista plagada de camiones tráiler como si se arrastrara un vehículo con ellas dentro.