24, lunes. Agosto. Los números babilónicos. Práctica del epigrama, 17



En el mercado, una de las cosas que más me gusta comprar es una docena de huevos. Y no solo porque los puestos donde los venden sean pequeñas instalaciones de arte conceptual. El cómputo de los huevos me maravilla cada vez que lo pongo en práctica. Es un pequeño milagro de permanencia en un mundo en el que todo parece apremiado a cumplir la condena temporal a la desaparición. Seis o siete milenos después, desde el Neolítico, se mantiene en esa humilde docena de huevos que me asientan en dos cajas con seis huecos el sistema numérico mesopotámico. El sexagesimal. Contaban de seis en seis, por cierto, como dicen que hace el diablo. Y aún se continúa practicando en algunas contabilidades campesinas. Horacio, en el más célebre de sus poemas, le aconseja a su amiga Leoconoe: nec Babylonios temptaris numeros («no consultes los números babilónicos»), ya por entonces usados solo por poco recomendables adivinos y augures. Aunque sigamos contando las horas como 24, múltiplo de seis, y lo escalamos los segundos en 60, igual que los minutos de cada hora vivida, no siempre somos conscientes del origen de cuanto nos rodea. Disfruto al percibir en lo cotidiano esas permanencias, son una forma de sentirse menos solo en la Historia.