15, miércoles. Julio. Beatitud sado. Práctica del epigrama 11



Ayer vi en una plataforma de televisión la película más extraña que recuerdo haber visto últimamente: Koirat eivät käytä housuja aka / «Los perros no llevan pantalones». Aún más rara que su título. Una cinta finesa, de 2019. El nombre del director, J-P Valkeapää. Con tal apellido, hay que agradecerle el uso de iniciales para el nombre. La historia arranca con un médico que pierde a su esposa, ahogada. Veinte años más tarde continúa obsesionado con ella. El director elige una imagen para dejárselo claro al espectador, pero tiene el buen gusto de ocultarla casi al completo con el edredón de la cama. No todos los directores se resisten a la tentación de mostrar más de lo que significa una escena. El caso es que un día el personaje entra por casualidad en contacto con una mujer dominante dedicada al ramo del masoquismo. Todo parece insustancial en la vida del médico y en la película, pero de repente el doctor comienza a ver a su esposa cuando la dominante lo ahoga con una bolsa de plástico hasta casi perder el conocimiento. La película se adentra poco a poco en el mundo trivial de los masoquistas, pero lo curioso es que la tensión narrativa, y la gracia de continuar viéndola, no procede de los oscuros círculos que nos descubre el médico al recorrerlos, sino de la pureza del propósito casi adolescente de encontrarse con la mujer ahogada dos décadas antes. Y en paralelo, la dominatriz empieza a enamorarse también, con ternura de primeriza, del hombre obsesionado por su pérdida, que ni siquiera se fija en ella, y a quien solo desea para que le ahogue. Curioso contraste: la perversidad de las formas junto a la ingenuidad de las actitudes. Paradoja sin la cual no habría película. La inocencia amorosa de los protagonistas es el motor narrativo de una historia que, por perverso y provocativo que parezca su contexto, sin esa candidez resulta completamente superficial. Una paradoja interesante: el único atractivo de la maldad es la bondad que oculte. Me acordé del añorado primer David Mamet, el de American Buffalo (1975), aquella truculenta historia de oscuros personajes también puestos en acción a partir del ingenuo e incluso romántico propósito de un muchacho agradecido. O más cerca, la tesis que mantiene Giorgo Agamben en El Reino y el Jardín (2019), «se accede a la naturaleza humana solo…[a través de], en palabras de Dante, la beatitud de esta vida». Un curioso acceso también al sadomasoquismo.