13, viernes. Marzo. Lectura para el confinamiento



Vicente Valero se había iniciado en la narrativa con tres dietarios que reunió en el volumen Diario de un acercamiento (2008). En aquellas páginas, cuyos fragmentos iban creciendo en extensión conforme avanzaba su escritura, se combinaban los dos intereses temáticos del autor: la evocación del mundo cultural y poético, por una parte y, por otra, las singularidades de la vida y del paisaje isleños. Desde entonces los libros en prosa, ya concebidas como conjuntos de relatos o novelas, han desgajado esos dos mundos que se han ido alternando en los cuatro títulos que ha publicado desde entonces. Dos evocan historias relacionadas con sus escritores y artistas de referencia (El arte de la fuga, 2015 y Duelo de alfiles, 2018); dos vinculados a la vida ibicenca (Los extraños, 1914 y Las transiciones, 2016). Y ahora se acaba de unir un tercer título a este grupo (Enfermos antiguos, 2020). A la espera de que el autor explique la articulación de los cinco libros, lo que es evidente hasta el momento es que ya existe en el conjunto una potente trilogía sobre la recuperación de la memoria isleña y de las profundas transformaciones del paisaje de Ibiza y de los hábitos ciudadanos durante el siglo XX.
   Enfermos antiguos, a medio camino entre la prosa memorística y la novela, aborda un asunto esencial de la vida en núcleos de población reducidos, la incidencia de la enfermedad en la vida cotidiana: desde la visita a los enfermos hasta la tipología de los médicos de la época. A veces la narración aparece más apegada a recuerdos con un alto valor sociológico, en otros capítulos la historia contada se convierte en un relato de ficción con enfermedad al fondo, resuelto con el magnífico dibujo de personajes y situaciones que ya caracteriza la prosa del autor.
    A nadie se le escapa la oportunidad de un libro que aborde estos días el tema de la enfermedad. Por los medios de comunicación se informa de las cifras exactas de contagios al minuto. Las consecuencias del virus causan estragos en la vida cotidiana. Es como si todos los noticiarios hablaran de la publicación del libro de Vicente Valero. Como si la literatura, de repente, volviera a ser importante para la sociedad.
   Resulta interesante leer precisamente ahora Enfermos antiguos, porque no siempre se percibe con claridad la distancia que separa la vida cotidiana actual y la que vivieron nuestros abuelos. Hay una diferencia abismal entre los «enfermos» de entonces y los de hoy. Los antiguos no es que se les pudiera ver, tal como relata Valero, es que se acudía en multitud a visitarlos. La casa de un enfermo era la más solicitada del lugar. Los procesos de la enfermedad eran compartidos, secundados, solidarios. En cambio, ahora, los reos de las modernas enfermedades son aislados en cuarentenas, confinados en sus hogares, vigilados los movimientos por dotaciones policiales, encerrados en la peor de las infamias morales: haberse contagiado, o aún peor, vivir en un foco del contagio. Quizá lo mejor de este libro es que narra con detalle la inflexión entre una época y otra. Entre la vida de quienes fueron niños en los 50 y en los 60 y la transformación de lugares y hábitos a la que han asistido en el curso de la edad hasta el presente. Es la perspectiva que le proporciona profundidad al libro. Y también a la memoria del lector, quien —como ocurre en los libros de Vicente Valero— acompaña y enriquece la lectura con sus propios recuerdos.